La grandeza y fuerza del amor

 

CAPÍTULO XV

 

 

Georgina Ojeda

 

 

 

 

San Antonio Abad en la iglesia de Tamaraceite.

endría que retrotraerme muchos años en el tiempo para averiguar la primera vez que conocí a Georgina Ojeda. He intentado recordar y no podría afirmar con rotundidad si fue en casa de los padres de mi amigo Santiago Espino, en la finca de Bruno Naranjo en Tafira Baja, donde el padre trabajaba  de encargado, en  el Estadio Insular o en la sede social de Luis Antúnez. Siempre he sentido una sincera y profunda admiración por Georgina, una mujer luchadora desde su niñez, defensora de causas perdidas y de familias desfavorecidas a través de su trabajo en la iglesia de San Antonio Abad de Tamaraceite y Cáritas Diocesana.

Pienso que fue a raíz de uno de mis artículos en el cuarenta aniversario del fallecimiento de Juan Guedes, cuando su familia me sugirió la posibilidad de escribir un libro y dar una conferencia sobre el jugador cuando se cumpliera medio siglo del trágico desenlace, si aún estábamos con vida.

Pacta Sunt Servanda (Los pactos están para ser cumplidos).

 

 

 

 

 

 

 

 

Virgen de Los Dolores de Tamaraceite.

 

 

Fue un compromiso en toda regla que no estaba basado solo en nosotros sino en la deuda de gratitud que todos los ciudadanos teníamos hacia la figura de Juanito Guedes. No pude negarme y, aunque por mi dilatada trayectoria en el club y mis años ya no tenga la fuerza de antaño, he tratado de recobrar la ilusión perdida y poner en este humilde trabajo todo mi empeño y dedicación.

Georgina y el que suscribe estas líneas nos hemos visto en muchas ocasiones, he tratado de hilvanar retazos de nuestras conversaciones y que sea ella, como personaje omnisciente, la que lleve todo el hilo argumental de su vida y convivencia con el malogrado jugador: “Fui educada de forma muy estricta. Mis padres eran de profundas convicciones religiosas, basando sus vidas en el trabajo, en el respeto y en el amor al prójimo. Mi padre era el encargado de una finca de grandes dimensiones donde había toda clase de cultivos: plantaciones, árboles frutales y ganadería. Toda la familia vivía dentro de la finca y por esto a pesar de proceder de una familia humilde no nos faltaba lo fundamental para vivir en aquellos años de tantas necesidades».

Georgina Ojeda en su niñez, durante la época de permanencia en la finca de Tamaraceite.

 

 

 

Madre de Georgina.

Eran tiempos de posguerra y habían familias que vivían con muchos agobios.

Nosotros tratábamos de ayudar a las familias sin recursos, facilitándoles toda clase de alimentos a través de la iglesia de San Antonio Abad, con la que colaborábamos.

Mis padres no nos dejaban salir de casa solas a no ser para ir al colegio, y siempre que lo hacíamos debíamos ir acompañadas.

Mi madre nos inculcó la importancia de cumplir con todas las labores de la casa. Yo me especialicé en costura y toda clase de bordados y, con mi trabajo, podía sufragar mis gastos y ahorrar de cara al futuro.

La vida en aquel entonces era muy plácida y tranquila y, aunque no podíamos permitirnos grandes lujos, mi infancia fue muy feliz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Máquina de coser utilizada por Georgina Ojeda

 

 

 

 

 

 

Pasados los años nos trasladamos a una zona muy humilde de Tamaraceite llamado La Montañeta, a la altura del nº 125. Naturalmente no tenía nada que ver con la libertad y comodidad de vivir en el entorno de una finca que era lo más parecido a un paraíso terrenal. Sin embargo, los vecinos eran muy solidarios y terminamos por adaptarnos.

 

 

 

Paseo de Los Mártires, donde se trasladaría Georgina Ojeda y familia.

 

 

 

El lugar era una montaña de casas extremadamente modestas, con numerosas cuevas donde muchos de sus moradores vivían sin luz ni agua, viéndose obligados a transportar el líquido elemento desde una cercana fuente y acequias.

La mayoría de los lugareños vivían de la agricultura y ganadería.

El único divertemento que había para los adultos era ir a la ‘Sociedad’ donde se celebraban bailes o se jugaba a las cartas, billar o dominó. De igual forma celebraban campeonatos con otras localidades cercanas.

Las mujeres solíamos estar de alguna u otra forma muy involucradas con la iglesia. Era igualmente frecuente sentarse en los bancos de la plaza o dar un paseo por la calle principal donde estaban congregados la mayoría de los comercios y el cine del municipio.

 

 

 

Chicas en el paseo de la carretera central de Tamaraceite. (Foto cedida por vecinos de Tamareceite)

 

Foto cedida por vecinos de Tamaraceite.

 

 

 

 

 

Familia en la carretera general de Tamaraceite dando un paseo

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La llegada de la radio también constituyó un aliciente importante para muchas familias, en especial para las señoras mayores que disfrutaban escuchando las clásicas novelas de la época.

 

La carretera de Tamaraceite seguiría en su imparable construcción hasta formar una sola calle, de la del Cruz del Ovejero, como muchos la denominan en la actualidad. (Foto cedida por vecinos de Tamaraceite).

 

 

 

LA PASIÓN POR EL FÚTBOL LLEGA A TAMARACEITE

En el municipio de Tamaraceite siempre hubo fútbol y tendríamos que remontarnos a épocas muy remotas para resaltar y evocar las primeras manifestaciones de este deporte en el municipio.

Sin embargo, cuando alcanzaría su momento cumbre fue con el nacimiento del Juventud Tamaraceite, que se convertiría en el equipo de todos.

Personas del barrio de todos los estamentos sociales y edades acudían a aquel viejo campo del Lomo de Juanito Amador, que estaba situado detrás de la calle principal Cruz del Ovejero, donde hoy está el Colegio Adán del Castillo.

¡Aquél campo de tan reducidas dimensiones guarda tantos recuerdos para mi!

Tamaraceite quedaba en soledad y en silencio cada vez que jugaba El Juventud.

Todos los caminos conducían al terreno de juego y se registraban llenos impresionantes.

Nunca he visto nada parecido en otros pueblos de la isla.

 

 

Mis amigas y yo bajábamos de La Montañeta desde muy temprano donde teníamos reservado nuestro lugar predilecto, una piedra de grandes dimensiones que estaba a dos metros de la raya del terreno de juego, donde nosotras nos sentábamos portando agua en botellas de anís con la finalidad de captar la atención de los jugadores locales que en el transcurso del encuentro se acercaban con bastante frecuencia.

Un día vino hacia mí un chico alto y en aquel entonces muy moreno, que sonriendo me pidió el recipiente de agua.

Mientras bebía el agua y la esparcía por todo su rostro aprovechaba para mirarme fijamente. Yo, aún no había cumplido los catorce años y al ver su gran naturalidad y aplomo, me ruborizaba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Georgina Ojeda en su primera adolescencia en la época donde comenzaría su noviazgo con Juanito Guedes.

 

 

 

Fue una sensación inesperada que nunca antes había sentido y he de admitir que había algo en él y en su mirada que me transmitía una emoción diferente.

Aquel ritual del agua se convertiría en una costumbre prefiriendo los chicos del ´Juventud´ acudir a la piedra, como era denominado el lugar dónde nos sentábamos.

Al comprobar que siempre acudía a mí buscando cualquier excusa para hablarme, noté que algo extraño nos había sucedido que iba más allá de una simple amistad. La atracción era evidente, pero yo era una niña muy religiosa y el vivir como en una nube era una vivencia nueva para mí que me atemorizaba.

Con el tiempo y la ayuda de mis amigas me fui acostumbrando.

En un encuentro de suma importancia para el Juventud se llegó al descanso con tres goles de ventaja en el marcador. Él aprovechó aquel instante para venir a mí. Al ir a darle como de costumbre el agua reparadora me dijo que ya se la habían dado en el centro del terreno y que sólo venia a verme.

Juanito con su mano paró mi botella de anís y mirándome con aquel pelo alborotado me dijo: “He venido para decirte que todos los miércoles entrenamos en el campo de Juanito Amador y son muchos los aficionados del Juventud que vienen a vernos y entre ellos me gustaría que vinieras tú, que eres la chica que realmente me importa”.

Aquella seguridad con la que hablaba no correspondía a su edad, ya que solo tenía dieciséis años. No pude disimular mi alegría y le dije que todo dependía de mi familia y de que mis amigas estuvieran dispuestas a acompañarme.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una de mis mejores amigas era Pimpina, novia del guardameta Pedro, que pasados los años sería componente de aquella Selección Juvenil Campeona de España. Pedro y Juan se conocían desde hacía tiempo y eran excelentes amigos desde que jugaban en los estanques de barro de Pedro Infinito.

Pedro y Pimpina nos ayudaron mucho en el comienzo de nuestra relación y posterior noviazgo, dado que mis padres no me dejaban salir sola.

Los jóvenes de hoy se reirían de los noviazgos de antaño. Eran muy prolongados y monótonos. El respeto y temor a todo era exagerado. Recuerdo que el Obispo Antonio Pildaín Zapiaín era una persona muy recta y ayudaba mucho a los pobres y represaliados.

 

 

 

En la imagen, Pedro, guardameta del Juventud Tamaraceite y de la selección Juvenil de Las Palmas, que se proclamaría campeona de España ante el Castilla en el Estadio de la Condomina de Murcia, sería unos de los amigos más allegados de Juanito Guedes.

 

 

 

 

Obispo de la diócesis de Canarias Antonio Pildaín Zapiain.

Pero, en lo referente a la moral habían normas muy restrictivas. Toda persona que quería ir a la playa, fuera hombre o mujer, debía ir en bata o albornoz hasta llegar a la arena, y el bañador debía ser de cuerpo entero. En un tiempo también se habían prohibido los bailes y todas aquellas restricciones nos culpabilizaban. ¡Las homilías del Obispo Pildaín eran realmente torrenciales e incendiarias!.

Había una casa en el paseo de Los Mártires, propiedad de Manuel Cazuela, que tenía forma de barco, terminaba en punta y era el lugar donde las parejas solían citarse. Cuando Juan me dejaba en mi casa, solía despedirse diciéndome: “Mañana nos vemos en el barco”. Luego, Juan seguía su ruta con Pedro de regreso a sus respectivas casas.

Ambas parejas solíamos ir al cine de Tamaraceite o a pasear por la Cruz del Ovejero, calle principal del municipio donde se llegaron a conocer muchas parejas que formarían matrimonio.

Durante la semana yo solía realizar muchos trabajos para la iglesia, ya fuera recolectando para los pobres o en labores de limpieza en el templo. Cuando terminaba me reunía con Juan en un banco de la plaza y allí pasábamos largos ratos hablando hasta regresar a casa, a la hora indicada por mis padres.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Banco de la plaza de Tamaraceite donde la pareja formada por Juanito Guedes y Georgina pasarían largos y hermosos momentos.

 

 

 

Sacerdote Ignacio Loyola.

 

 

Cuando el sacerdote don Ignacio cerraba las puertas de la iglesia y nos veía todavía en el banco, solía decirnos: “¡Pero bueno, todavía están ustedes aquí en la plaza, a ver si se casan ya de una vez!”.

La razón de tan largo noviazgo era la reticencia de mis padres a verme casada a tan corta edad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Playa de Las Canteras

 

 

Comenzamos a salir cuando aún no había cumplido los catorce años y aunque antes las parejas se casaban más jóvenes que hoy,  todavía Juan no veía claro su futuro en el fútbol.

El noviazgo duraría seis años. Cuando contrajimos matrimonio, Juan había destacado en el mundo del fútbol y hacía cuatro años que ya había fichado en La U.D. Las Palmas.

En los últimos años como novios, mis padres conocían su seriedad y teníamos una mayor libertad. En un principio Santiago Espino nos llevaba y traía en su coche. Con posterioridad, Juan se compraría un Peugeot 403 de color blanco y bajábamos con frecuencia a Las Palmas de Gran Canaria a dar un paseo por la playa de Las Canteras, al cine – nos los conocíamos todos – o ir a algún partido del filial.

 

 

En la imagen el Royal Cinema, de los ‘Hermanos Doreste’, en este cine se llegaron a celebrar espectáculos en beneficio a la nuestra Union Deportiva Las Palmas, contando con la presencia de jugadores dirigidos por el técnico Satur Grech.

 

En la imagen el Cine Avenida, con anterioridad denominado Hollywood. Su interior era de corte señorial con decoración y mobiliario clásico. Este cine era muy popular por sus matiné infantiles, donde se registraban llenos apoteósicos.

 

Panorámica del cine Avellaneda entre la calle Herrería y la plazoleta Mesa de León. En el cine Avellaneda se celebraban en las mañanas dominicales, desfiles de variedades que contaban con un gran arraigo popular.

 

 

El viejo teatro Cine del Puerto, que estaba ubicado entre el colegio Ramiro de Maeztu y el mercado del puerto. En este cine tenían lugar conciertos musicales de jóvenes valores y veladas de boxeo.
Foto de la época del teatro Hermanos Millares situado en la playa de Las Canteras. Como su nombre bien indica no sólo se proyectaban películas cinematográficas sino obras teatrales y revistas musicales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No podría olvidar el día de mi boda, fue todo un acontecimiento en el municipio de Tamaraceite.

La boda tuvo lugar la temporada del tercer ascenso a Primera División (1963-64) cuando las cosas comenzaban a ir mejor económicamente para nosotros, aunque todavía no teníamos casa propia viéndonos obligados a ir a vivir a la casa de los padrinos de Juan, que para mi fueron siempre como mi propia familia.

En la trasera de la casa del Alto de los Leones había un amplio terreno que antes había sido una huerta.

 

 

Primer coche de Juanito Guedes, un Peugeot 403

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nosotros pudimos fabricar o comprar una casa mucho antes, pero la ilusión de Juan era comprarle una vivienda a sus padres y hermanos en el Carrizal de Ingenio tan pronto comenzara el Club a incrementarle su ficha.

Aquella ilusión y promesa de Juan a sus padres se vería cumplida. En realidad, nosotros no teníamos prisa y no nos dimos cuenta del cambio ya que fabricaríamos en la misma casa de los padrinos. Yo he sido siempre una persona muy ahorradora y Juan me pedía consejo en cualquier tipo de inversión. Él era extremadamente generoso con todo el mundo y aunque yo le apoyaba en todas sus decisiones, me encargaba de recordarle que la caridad debía empezar en casa, ya que teníamos la responsabilidad de construir un hogar y educar una familia. 

 

 

En la imagen la familia de Juanito Guedes en la boda de su hermana Saro. De izquierda a derecha, de pie: Manolo, Pepe, Diego, Saro, Flory, padre Juan, Carmen, Mary, Juan y Fefa.

 

 


Siguiente capítulo: Juan Guedes ficha en el legendario Porteño.