LA SELECCIÓN JUVENIL DE LUIS MOLOWNY TRAE CONSIGO
EL NUEVO RESURGIR DEL FÚTBOL CANARIO
ROSENDO HERNÁNDEZ ASUME POR PRIMERA VEZ LA DIRECCIÓN DE LA U.D. LAS PALMAS.
INCORPORACIÓN DE NUMEROSOS VALORES CANTERANOS AL PRIMER EQUIPO
Decepcionante encuentro de la U.D. Las Palmas que tuvo su mejor hombre
en Juanito Guedes que sería el autor del gol amarillo.
Prometedor debut de los valores canteranos Rafael, Germán y León.
JOSÉ MANUEL LEÓN
Lejos queda ya en el tiempo su ya lejana incorporación al club a finales de 1959 bajo la atenta mirada de Carmelo Campos y Antonio Velázquez. Comenzaba a presidir la entidad Juan Trujillo Febles después de haber formado parte de la gestora del club presidida por Eufemiano Fuentes en el circulo mercantil.
Desde el anterior periodo finisecular y primeros años del siglo XX desde el hotel Los Frailes y Las Magnolias – haciendas de rango eminentemente británico- se fueron instalando las primeras viviendas que hoy deshabitadas y en ruina permanecen junto a la iglesia de la Concepción.
El epicentro del casco histórico de Tafira, que con posterioridad se fueron edificando las primeras casas que se irían extendiendo a ambos lados de la carretera del centro, teniendo como lugares limítrofes, por un lado La Montaña de Tafira y su prolongación hacia el barranco de La Calzada y por otro Los Lagares y la Finca de La Data de La Concepción, con su carretera hacia Los Hoyos. Todo ello hasta llegar a la bifurcación de La Cruz del Inglés, donde comenzaba la subida al Monte Lentiscal, dejando atrás Villa Rosa, Hotel Quiney, Restaurante Bentayga, Hotel Santa Brígida…
Los padres de José Manuel León, don Clemente Manuel León y Dª Dolores Talavera vivían en la Calle Remedios, frente al antiguo Hotel Monopol en la zona de Triana, aunque solían veranear en Tafira Alta, en una casa al margen derecho de la carretera del centro nº 218 y quedaba en su parte trasera a la Calle Tiziano, a tiro de piedra de la Residencia Sindical Feluco Bello donde se llegaron a concentrar los jugadores de la U.D. Las Palmas en la Temporada 1953-54, año de nuestro segundo ascenso a la División de Honor.
Cuando Mamé León contaba con solo cuatro años de edad, sus padres decidieron cambiar la cosmopolita y floreciente zona de Triana para residir permanentemente en Tafira Alta.
Es obvio significar que la Tafira de aquellos años dista mucho de ser la ciudad dormitorio que es en la actualidad.
Su particular orografía le daba una configuración semejante al Beatus Ille horaciano: Un paraíso bucólico de extracción rural con aroma de eucaliptus, higueras, moras y amplios terrenos de viñedos, aunque ya con los signos de progreso lamentablemente han desaparecido. Sus calles – si las podemos llamar de este modo- eran todas de tierra y entre las casas había muchos solares y piconeras donde los niños vivían sus lúdicos sueños.
Con la llegada de los gélidos inviernos y sus torrenciales lluvias, el paraje se convertía en un verde valle donde florecía una abundante vegetación.
Aunque muy pronto Tafira se fue poblando de mansiones y villas ajardinadas, pertenecientes a la alta burguesía canaria e inglesa, donde trabajaban jornaleros de sol a sol en las fincas de viñedo y otras labores rurales.
Todos los días al alba, José Manuel León y su hermano Luis Fernando, encaminaban sus pasos hacia el colegio Jaime Balmes, donde los niños de palvulario del barrio aprendimos las primeras letras.
La vivienda familiar de mis padres estaba justo en el centro de La Plazoleta y poseía un amplio garaje de madera donde mi padre guardaba con tanto esmero aquel antiguo coche de manivela. José Manuel León y sus amigos no faltaban a la cita. Recuerdo como si fuera hoy a Mame León practicar durante horas con su singular estilo en el garaje de mi casa hasta que la figura voluminosa de mi padre aparecía en escena recriminándonos con su fuerte carácter nuestra actitud. El fútbol no dejaba de ser un paraíso infantil.
Cuando los partidos tenían una mayor solemnidad se jugaban en la calle Zuloaga abajo, en un terreno inclinado al que llamaban “Campo Ayala”, muy frecuentado por todos los niños de la zona.
En este campo ondulado y de picón rodeado por una pequeña loma, Mame León comenzaría a destacar muy pronto por su enorme habilidad y verticalidad en el ataque al margen de su ya notable capacidad goleadora.
Paralelamente ya destacaba como base en el conjunto juvenil de baloncesto, ganando el Campeonato de Liga escolar.
En los años cincuenta, el centro de Los Jesuitas de San Ignacio de Loyola vivía la época de esplendor de los padres vascos, que fueron ganando muchos adeptos bajo los métodos de enseñanza de la ratio studiorum. A la entrada había un amplio campo de alquitrán de donde habían salido célebres jugadores. Entre los amigos de su generación destacaba un niño que vivía en la señorial calle de los balcones: José Cristóbal Correa. Era un niño de unas facultades prodigiosas y solo el contemplar su código de pases en la zona de creación, ya podíamos preveer que seria un jugador inimitable.
José Manuel León y José Cristóbal Correa se harían amigos inseparables. Los libros y el fútbol fueron alimentando su infancia.
Después de ganar varios campeonatos escolares donde Mame León se convertiría en uno de los máximos realizadores en un club federado llamado San Lázaro presidido por Francisco Vera, verdadero benefactor del fútbol infantil en aquellos años.
Su talento y facilidad goleadora llamarían la atención de los ojeadores de la U.D. Las Palmas que continuaría haciéndose con los servicios del jugador.
En un principio en el juvenil C y bajo las órdenes de Antonio Velázquez y Carmelo Campos donde permanecería dos años. Su aprendizaje sería meteórico, pasando en el último año al Juvenil A con sus compañeros Martín, Rafael, Castellano, Molina, Grisaleña y Saavedra.
En el filial juvenil de la U.D. Las Palmas coincidiría con un jugador que sería crucial y determinante en toda su trayectoria deportiva: Germán Dévora Ceballos.
Su sociedad con el excepcional jugador del barrio de Guanarteme beneficiaria sustancialmente su juego ofensivo.
En la temporada 1959-60 la U.D. Las Palmas había descendido a Segunda División. Es aquí, cuando tras varios años la selección juvenil de Las Palmas, dirigida por Luis Molowny y Antonio Velázquez, logra proclamarse campeona de España que trae como consecuencia el nuevo resurgir del fútbol canario volviendo a brotar como antaño la llama de la ilusión.
Con el transcurso del tiempo aquellas incorporaciones de jugadores juveniles al primer equipo, fueron configurando una plantilla que habría de darnos grandes resultados.
No fue un camino de rosas.
La U.D. Las Palmas necesitaba experiencia en la categoría.
Las incorporaciones de los jugadores tinerfeños Martín Marrero y José Juan (1966-67) y Gilberto II (1967-68), le darían una gran solidez a nuestro conjunto que alcanzaría su pináculo de celebridad a la llegada de Luis Molowny.
En conversaciones con Mamé León, al que conozco desde la infancia, me revelaría:
JUANITO GUEDES DEJÓ UN RECUERDO INBORRABLE EN MI VIDA
“Yo había debutado ante el Recreativo de Huelva en la Temporada 1962-63 junto a mis compañeros en la Selección Juvenil, Rafael y Germán Dévora. El entrenador era Rosendo Hernández. Yo era apenas un crio y en muchas ocasiones me hizo llorar.
Recuerdo el día que me ordenó pasarle el balón en corto por todo el campo.
Me pasaba muy rápido el esférico y como se me fue fuera del campo me decía lo que no están en los escritos. Me gritaba: “No tiene usted concentración y si sigue de esta forma va a la grada”. Yo me ponía cada vez más nervioso y lo hacia peor. Era un buen entrenador y daba muchas oportunidades a los jóvenes, pero era de un trato difícil. Luego, fuera de la cancha era una persona agradable con la que podías dialogar con normalidad.
Juanito Guedes me recibió con bromas llamándome “chispa” como el chico que salía en el suplemento del periódico.
Cuando pienso en Juanito Guedes me gustaría haberle podido mostrar mi agradecimiento por todo lo que hizo por mi. Yo, en aquellos años no pensaba en estas cosas. Éramos muy jóvenes y sólo queríamos divertirnos y ganar los encuentros. Juanito Guedes sería crucial en mi vida de jugador, dado que la mayoría de sus pases en profundidad iban dirigidos a mí o Gilberto I. Le debo mucho pero nunca tuve la oportunidad de hablar con él de este tema. No he visto un jugador igual a Juanito Guedes.
Tenia una forma de jugar y concebir el fútbol muy peculiar, como no se acostumbraba en Europa. Me parece estar viéndolo con aquella pierna derecha que subía para controlar el balón, que siempre llegaban a él. Luego, la habilidad que tenía para dejarla a ras de césped y enviarla con la zurda y aquellos pases en diagonal, ¡Qué gran jugador!
Cuando me preguntaban en la península si mi deseo era llegar a un equipo grande solía decir: ¿Qué quiere usted decir con un equipo grande? Grande es mi equipo. Entiendo que nosotros en la denominada época de oro de Luis Molowny no teníamos que envidiar a ningún equipo español. ¿Quién superaba a Martin II, Tonono, Guedes, Gilberto II o Germán?
Nosotros pudimos quedarnos campeones, pero nos faltó creer un poco en nosotros mismos, dado que todo fue muy inesperado.
Además, aunque suene a excusa o tópico, los árbitros ayudaban siempre a los equipos grandes.
Recuerdo cuando jugamos en Madrid, el célebre encuentro del gol de Pirri. El extremo Gento se pasó el encuentro diciéndole a Zariquiegui: ¡No te atreves a expulsarme, inténtalo y verás! El árbitro ante nuestra sorpresa se quedaba callado. Todas las faltas eran en nuestra contra y el gol fue un fuera de juego clarísimo, reconocido por el propio jugador. Al término del encuentro según bajábamos por las escalerillas al vestuario Juanito Guedes le daba con las botas por detrás y le decía de lo último. Nunca había visto a Juan tan enfadado y es que ese encuentro era crucial, para nuestras aspiraciones, el árbitro Zariquiegui no reflejó nada en el acta sobre Juanito Guedes, dado que debía pesarle mucho la conciencia.
Con Juanito Guedes tengo tantas vivencias y anécdotas que tendríamos que escribir muchos volúmenes. Las bromas eran interminables. Recuerdo una vez que perdió su maleta.
Teníamos que jugar un partido de copa y fuimos directos al Hotel Santa Brígida. Se recibió una llamada en recepción que su maleta ya venía en camino. Se le había llevado otra persona erróneamente. Cuando la maleta llegó dio la casualidad que yo estaba allí en el jardín en ese momento y me ofrecí a llevársela.
En lugar de llamarlo a su habitación y dársela, le dije a Martín Marrero, mi compañero de habitación que pensaba darle una broma. Recuerdo que Martín me dijo: ¿Estas loco?
No tiene ni el neceser a mano y está muy contrariado. Pero yo me puse un pañuelo y lo llamé desde el Bentayga, lugar que solía frecuentar al vivir en Tafira. Le dije, simulando la voz que era el Sr. Tejera y tenía su maleta pidiéndole unas entradas para el encuentro.
Las preguntas que le hacía eran de lo más simpáticas, pero él callaba y solo le preocupaba su maleta.
A nosotros nos daba don Jesús solo dos entradas y él ya las tenía comprometidas.
A la media hora lo volví a llamar diciendo que había tenido un percance con el coche y que si era tan amable y me podía dar cuatro entradas más. A la tercera llamada ya explotó cuando le di la cifra de una gran cantidad de entradas.
Salió corriendo a buscar a don Jesús, que al igual que Luis Molowny estaban enterado de la broma y le puso cara de circunstancias.
Se fue muy nervioso al pasillo y los jugadores solíamos sentarnos en una escalera que daba al jardín y al comedor.
Todos lo sabían y cuando aparece Juanito Guedes diciendo: “El sirvergüenza este del Señor Tejera me ha pedido mas entradas y no me quiera dar la maleta. Es un chantajista y voy a ir a la policía con don Jesús y cuando lo vea…
Todos los jugadores que estábamos sentados no podíamos aguantar la risa, tratando de mirar hacia abajo para ocultar nuestras caras, pero Ulacia no pudo reprimirse y comenzó a reírse con aquel tono contagioso.
Todos explotamos y Juan que estaba en el pasillo que daba a la parte alta de la escalera tan pronto se dio cuenta de la broma me buscó con la mirada.
Yo estaba escondido en el último escalón.
Recuerdo que salí raudo y veloz a mi habitación y le di la maleta a Tonono que compartía con él la habitación.
Como sabía que estaba muy enfadado, le dije a Luis Molowny que me protegiera en el comedor.
Cuando salimos hacia el Estadio Insular me dijo:
“No se te ocurra hacerme una acción de estas en tu vida. Una cosa es una broma y otra tenerme toda la mañana sin poderme asear. Es mi primera y última advertencia”.
En vestuarios, antes de comenzar el encuentro ya saliendo al campo me dice: “El defensa izquierdo ha sido muy bueno, pero ya es veterano y algo lento. Espabila y estate atento en carrera. Espero que marques algún gol. De lo contrario te voy a decir yo a ti quien es el Sr. Tejera”.
Aprovechando un centro de Martín II que hacia funciones de falso extremo, corrí hacia el centro y en un remate de José Juan el balón quedó botando en el área, circunstancia que aproveché para marcar. Cuando finalizó el encuentro me felicitó y yo le pedí disculpas por la broma.
Estaba muy contento como siempre cuando se ganaba, pero aprovechó la ocasión para decirme: “Las disculpas se las puedes dar al Sr. Tejera, que estará muy contento con el triunfo”.
Yo, al ver que se le había pasado el enfado y estaba feliz, le respondí: “Juan, ¡te imaginas lo contento que estaría ahora el Sr. Tejera si le hubieses dado todas las entradas que te pidió?»
DEBUT EN EL ESTADIO INSULAR CON VICTORIA FRENTE AL MURCIA POR UN TANTO A CERO
ERNESTO APARICIO
El gran capitán
Pretender glosar aquí en estas líneas las excelencias de toda su trayectoria deportiva sería tarea imposible.
En aquellas lejanas fechas de la década de los cincuenta concretamente en el año 1954, la entidad amarilla presidida por Eufemiano Fuentes decide incorporar a un prometedor jugador de la Isleta, aún en edad juvenil, a su recién creado club filial Unión Atlético, equipo que había nacido como puente o nexo entre el juvenil, fundado años antes por Juan Obiol Pons y el primer equipo de la U.D. Las Palmas.
Presidía, a la sazón, todo el organigrama de filiales Fernando Navarro Valle, siendo elegido entrenador por unanimidad Carmelo Campos Salamanca, toda una institución en el club insular.
A partir de la inolvidable fecha de su debut – 28 de diciembre de 1958- en el legendario campo del Metropolitano ante el Atlético de Madrid, formando ese día la retaguardia amarilla con Pepín, Aparicio, Beltrán y Marcial.
Hasta el día que causó baja como capitán de nuestro equipo, un gélido y triste día de invierno del mes de febrero de 1970, durante el reinado de Luis Molowny – año del Subcampeonato de Liga- demostrando ser un defensa de auténtica raza y de proyección atacante. Se caracterizaba por su lenguaje sincopado y gestual, llevando a sus compañeros en volandas hacia la victoria con su proverbial aliento y entusiasmo. Frente erguida, recio en el ímpetu castrense de: “Prietas las filas, firme e impasible el ademán”.
Ernesto Aparicio, lució con gallardía los colores amarillos, y por sus desvelos hacia nuestro club estará con Juanito Guedes entre los Dioses del Olimpo.
Ernesto Aparicio no necesitó nunca del verbo fácil ni la lisonja para ser respetado por todos los estamentos del club.
En Aparicio no ha existido nunca la mera declaración de intenciones. Su lenguaje visceral y espontáneo quedaba muy lejos de la impostura y el falso glamour de nuestros días. Nuestro eterno capitán hacía de su respuesta elíptica o silencio un dogma de fe. Porque ya se ha dicho que pasamos los días en constante convivencia con nuestras palabras y nuestros silencios, y difícil es distinguir quien influye o predomina más en nosotros, aquel que sabe verbalizar con facilidad o el que mira en su interior y no encuentra vocablos para explicar lo que realmente siente dentro de él.
Hoy, donde tanto prevalece la egolatría y hueca vanidad, Ernesto Aparicio nos dejó un claro ejemplo haciéndonos ver que la capacidad de amar a un club se manifiesta más en las acciones encubiertas y que la abnegación y entrega a una causa están muy por encima de los vocablos y la política de gestos.
Notario y receptor fiel de tantas cuitas y confesiones, había tenido siempre presente sin saberlo los versos del poeta existencialista Fernando Pessoa: “Ya vi todo lo que nunca había visto, ya vi todo lo que no he visto y oído”, que sabiamente y de forma pragmática, Jesús García Panasco había sintetizado transcribiéndolo por: “ver, oír y callar”.
Porque Aparicio ya no era solo Aparicio, sino que había heredado todo un legado prehistórico y conocía a todos aquellos insignes prohombres que el siempre nombraba, con legitimo orgullo: Jesús García Panasco, Carmelo Campos, José y Lázaro Guerra…
Y un largo número de figuras relevantes que por su loable y meritoria labor, son claros referentes de la entidad.
Aunque de otra generación llegando a heredar, el brazalete de capitán que él había llevado durante tantos años con el máximo orgullo, sentía hacia Juanito Guedes auténtica veneración.
A Ernesto Aparicio y el que suscribe nos costaba conciliar el sueño y solíamos conversar en la terraza o hall del hotel hasta bien entrada la noche.
Muy temprano en la mañana oía sus inconfundibles pasos y sabía que se encontraba allí, en su lugar preferido del salón, reflexionando sobre la difícil jornada que se avecinaba. Horas mas tarde le acompañaba en el autobús al Estadio, donde en ceremonioso ritual, antesala de lo lírico, colocaba con esmero y celo cada prenda impregnándolas de un fragante aroma.
Me admiraba el conocimiento que Ernesto Aparicio tenía sobre todas las ciudades de la geografía peninsular y no digamos los recintos deportivos, desde terrenos rurales donde pastaban los animales a recintos consagrados como San Mamés, Nou Camp, Santigo Bernabeu, Mestalla…
Porque Ernesto Aparicio nos enseñaría no sólo a querer y amar al club, sino lo que es más fundamental, aprender a quererlo y amarlo.
Juan Guedes en el pensamiento
Las horas de irreprimible hastío en el avión suelen ser cansinas y lentas, pero hablando con Aparicio todo se hacia más corto y llevadero. Las distendidas charlas en las terrazas o hall del hotel, al caer la tarde eran sumamente agradables mientras Ernesto Aparicio estuvo en el club. Aunque aún era relativamente joven y vigoroso, solía con frecuencia repetir los mismos temas. En su pensamiento siempre estaba presente Juanito Guedes.
«Yo sentía predilección por la figura de Juan Guedes y sus comentarios me apasionaban hasta que llegaba el relato de su fallecimiento y los últimos días vividos junto a él en la Clínica Santa Catalina. Ponía tanto énfasis en su narración, que era como si estuviera presente aquel fatídico 8 de marzo cuando el inolvidable seis amarillo nos decía adiós para siempre.
Desde que lo vi por primera vez, llegar al Estadio Insular y Casimiro Benavente lo fue presentando a todos los compañeros sentí una corriente de simpatía hacia aquel muchacho que no me abandonaría nunca. Era como si lo conociera de toda la vida y desde aquel mismo momento me propuse ayudarlo en todo lo que fuese menester. Cuando llegó era aún juvenil y al principio era un chico reservado y respetuoso con los veteranos.
Hay que entender que en aquella plantilla figurábamos futbolistas como Ciaurriz, Nelli, Rusiñol, Gámiz, Abietar, Erasto, Juanas, Espino, Samblás…
Habíamos regresado a Segunda División y vivíamos un mal momento a todos los niveles. Los nervios estaban a flor de piel y los encontronazos eran frecuentes.
Juanito Guedes comenzaría a jugar en la medular, y ya desde el primer encuentro en el Alfonso Murube, pude ver que aquel chico llegaría lejos en este deporte.
De igual forma me impactó aquel joven tan reservado y educado.
Podía transformarse en el campo en un jugador contundente y arrollador.
Distintas secuencias del homenaje a Ernesto Aparicio.
No digamos los pases que daba cuando se retrasaba a mi demarcación. Era lanzamientos milimétricos que yo no había visto nunca en nuestro equipo. Posiblemente haya sido el jugador que más me ha impresionado en su debut.
Yo solía compartir habitación con Espino porque ya habíamos jugado en Primera División y te lo pasabas muy bien con su forma de ser y salidas de tono. Cuando realizamos nuestro primer viaje Espino me dijo que le había pedido a Casimiro Benavente que lo pusiera en su habitación ya que quería protegerlo de algunas bromas que solían dar los veteranos. Santiago Espino se tomó tanto interés en el chico, que no lo dejaba solo ni un momento advirtiendo a los compañeros que no quería bromas respecto al chico, dado que de lo contrario se tendrían que enfrentar a él.
Espino era un hombre rudo, del campo y tenía mucho carácter tanto dentro como fuera de la cancha de juego.
Yo solía unirme al grupo y muy pronto nacieron entre Juan y yo unos lazos afectivos que perdurarían hasta su fallecimiento.
A la temporada siguiente, tras el cese de Casimiro Benavente entraba Paco Campos, quien le daba la oportunidad a Tonono, un chico que había venido destacando desde hacia tiempo. Juanito Guedes y Tonono se conocían de la selección juvenil y de jugar cuando niños por la zona norte.
Sin embargo, Tonono era diferente y aunque eran muy amigos, en vacaciones prefería quedarse en Arucas. Juanito Guedes, Ulacia y yo nos gustaba mucho el mar y la pesca.
El único que entendía realmente en lo referente a pescar era Ulacia. Tanto Juan como yo ayudábamos en los preparativos. Juanito Guedes nadaba estupendamente y se tiraba de cualquier roca o muelle por alto que fuese. Lo pasábamos en grande y nos reíamos mucho. La gente en la isla de Lobos eran muy cariñosos con nosotros y nos trataban como si fuéramos celebridades de la gran pantalla.
Concluido los entrenamientos de la mañana, se marchaba en el coche de Espino a visitar a sus padres en el Carrizal donde comían o al Alto de los Leones donde vivían sus padrinos.
En la temporada 1963-64 Espino fichaba por el Ceuta y ya Juan y Tonono que continuaban solteros se harían inseparables. No obstante, mi esposa Mercedes y yo solíamos pasar a recogerlo para ir al cine que era de nuestros pasatiempos favoritos.
Algunos suelen argumentar que Juanito Guedes fue haciéndose como jugador a base de partidos, constancia y esfuerzo. Yo entiendo que se equivocan totalmente.
Soy de los que pienso que un jugador nace y él era un verdadero fuera de serie desde que llegó al club. Prueba de ello, es que fue el único jugador de aquella Selección Juvenil de Las Palmas que sería llamado por el seleccionador juvenil nacional.
Recuerdo que también sería premiado como el mejor jugador juvenil y el mejor deportista del año. Luego, campeón del mundo militar con solo veintidós años.
A comienzos de los sesenta, muchos fueron capitanes del equipo. No había un jugador con ese cargo: Gámiz, Ríos, Nelli y yo. Éramos los más frecuentes, y tras la baja de estos jugadores, el club consideró que yo fuera capitán y creo que he sido el jugador con mas partidos como capitán. Yo asumía todo lo relacionado con las actas arbitrales y trataba en todo momento de dar ánimo a mis compañeros. Sin embargo, en otros menesteres Juan llevaba las riendas, dado que tenia una facilidad especial para mediar entre jugadores y club y tenia una personalidad muy acusada. A mi me quitaba un peso de encima, dado que tenía un temperamento muy fuerte. De igual forma cuando juegas en defensa estas continuamente siendo vigilado y yo solía entrar duro al balón. Recuerdo la alegría de Juan cuando recibí el homenaje ante el Liverpool. Yo causaría baja en la U.D. Las Palmas antes de sus intervenciones quirúrgicas y dadas su gravedad me ofrecí a permanecer con él en la clínica. Es verdad que con posterioridad don Jesús me lo pediría personalmente, pero yo ya me había ofrecido previamente.
Aquellos dos meses fueron los peores de mi vida.
El tener conocimiento de la incurable enfermedad ya te restaba animo y te veías obligado a fingir, algo realmente difícil cuando se siente un inmenso dolor.
Apenas dormía y veía como se iba debilitando día a día. Aquel jugador y mejor amigo que con una figura que impresionaba en todos los campos de España, había perdido tanto peso que no lo reconocía.
Yo tenia que sacar fuerzas de flaqueza y darle ánimo sin separarme de su cama. Los últimos días fueron realmente dolorosos. En aquellos años no había medios paliativos y la unidad de dolor brillaba por su ausencia.
Juanito Guedes sufrió lo indecible hasta su último suspiro, que lo pudimos oír todos los que nos encontrábamos en la habitación.
Fue un respirar hondamente y luego expulsar el aire.
Su rostro perdía aquel semblante agónico y sus facciones se dulcificaron. Era el Juanito Guedes de siempre, pero en contraposición ya había fallecido.
Nunca me he sentido peor entre el inmenso dolor y el cansancio y nervios acumulados. Le he preguntado muchas veces a Dios la razón de tanto sufrimiento, pero aún sigo sin encontrar la respuesta.
Nueva victoria en el Estadio Insular, que con la incorporación en la alineación del Gilberto I, dio mas movilidad y rapidez al ataque.
Brindaron un excelente encuentro ante los visitantes que se presentaron con una fuerte defensa.
Mínima victoria ante el Jaén con gol del debutante jugador tinerfeño Gilberto.
GILBERTO I
Natural de los Silos (Tenerife) su fichaje en el club amarillo constituyó toda una odisea.
Gilberto I había nacido un año antes que Juanito Guedes (1941).
En los salones del club de tenis de Ciudad Jardín de marcado carácter británico, a pesar del largo tiempo transcurrido desde su inauguración, tiene lugar nuestra cordial y amistosa charla:
“De Juanito Guedes me acuerdo todos los días, dado que gran parte de lo que fui en el fútbol, si es que alguna vez fui algo, se lo debo enteramente a él. Sé que mis declaraciones podrán sorprender a muchos aficionados, pero es la auténtica realidad.
En aquellos años cincuenta y principios de los sesenta, Carmelo Campos lo era todo en la U.D. Las Palmas.
Cuando el equipo viajaba a la península, él se quedaba con el resto de los jugadores. Algunos estaban en el proceso de una lesión, otros eran suplentes o no jugaban con asiduidad, y también había chicos en el periodo de formación que entrenaban con el primer equipo.
Algunos aficionados solían denominarlos como “La vela chica”, otros el equipo B o simplemente los jugadores suplentes.
Carmelo Campos cada vez que podía frecuentaba la isla de Tenerife donde tenía captadores que solían ir a todos los campos. De esta forma se incorporaban chicos como Sánchez, Tacoronte, Evaristo, Lorenzo, Martín, José Juan, Gilberto II…
Me había venido siguiendo y un buen día teniendo todo ya arreglado con mi club, me dijo que lo esperara que el vendría a buscarme. Cuando le sugerí que no se preocupara que yo podía ir solo, pude oir al otro lado del teléfono en voz grave y tajante.
¡Cállese y haga lo que le digo o lo dejo en su tierra!
Carmelo Campos era un buen hombre al que debo mucho pero tenia un carácter muy fuerte.
Me dijo que tendría que ocultarme en la bodega de un correíllo, dado que había muchos clubes que me querían y aún no había nada firmado. Yo no salía de mi asombro, pero cualquiera se atrevía a llevarle la contraria.
Los compañeros solíamos reírnos mucho con su forma de ser y actuar.
Cuando organizaba una pachanga y se ponía en uno de los bandos, tenía que ganar como fuera, ya que si iba perdiendo nos podía dar la noche hasta que su equipo pudiera vencernos.
Nosotros como ya lo conocíamos lo dejábamos o le dábamos bromas, algunas de ellas muy simpáticas.
Yo residía como la mayoría de jugadores foráneos en la pensión de Dª Dolores en la Calle General Vives. Aquel matrimonio sería para mi inolvidable.
Sabían que había venido del Juventud Silense y su comportamiento era el de unos auténticos padres.
Como futbolista nunca me he considerado una figura, pero sabia explotar mis virtudes.
Era un jugador explosivo con un sprint muy rápido y una de mis habilidades era saber parar en seco cuando iba en carrera, como tantas veces – salvando las diferencias- había visto a Gento.
Los contrarios seguían en carrera perdiendo el equilibrio, ocasión que aprovechaba para centrar o entrar en el área y disparar con gran potencia.
Cuando debuté ante el Jaén y en mis comienzos, solía ocupar la demarcación de delantero centro.
Juanito Guedes que era muy observador, un día me dijo:
“Eres un buen jugador, pero serías mejor si jugaras de extremo. Por tu velocidad y potencia de disparo yo podría darte asistencias con ventaja y llevarías mucho más peligro al área. De delantero, te ves obligado al regate y al final no ves sino piernas en el área ya que todos los equipos vienen a defenderse. Yo no puedo explotar tus virtudes, dado que estas en el centro rodeado de contrarios”.
La afición me tenia un gran cariño y eran plenamente conscientes de mi entrega y pundonor, aunque algunas veces no estabas inspirado y te salía todo al revés.
Juanito Guedes siempre me estaba dando bromas. Yo le decía:
¡Soy mayor que tu un año y no paras de dar órdenes!, él se reía y me llamaba nariz. Nos conocíamos a la perfección en el campo y cuando me gritaba ¡Nariz! Yo ya sabia de donde me iba a venir el balón.
Recuerdo cuando llegué en 1962, Juanito Guedes llevaba dos años en el club y me ayudaba en todo, tanto en lo personal como en lo deportivo. Cuando tenia algún problema o dificultad acudía a Juan y todo quedaba resuelto.
Cuando debuté ante el Jaén, con Rosendo Hernández como técnico, fui el autor del único tanto y la U.D. Las Palmas ganaría por la mínima diferencia.
Sólo tenia que mirar para Juanito Guedes y ya intuía la jugada a realizar a la perfección.
Como es natural vivir alejado de tu familia, siendo soltero no es nada fácil y mucho menos en aquellos años. Muchos días me entraba en la pensión una gran tristeza acordándome de los míos.
Si a la dificultad de verte solo, le añades los insultos continuos que recibía del técnico Rosendo Hernández, la vida se te hace insoportable.
Fueron muchas noches las que no me importa confesar cómo lloraba desconsoladamente en aquella habitación, sin poder desahogarme con nadie.
Todos hablan de Juanito Guedes como uno de los grandes futbolistas a nivel nacional y quizás se quedan cortos en su apreciación, pero considero que sus valores humanos eran aún superiores y de ello pueden dar fe mis compañeros.
El entrenador Rosendo Hernández me había dado la oportunidad de debutar ante el Jaén y es verdad que contaba siempre conmigo para la alineación titular.
Sin embargo, su nivel de exigencia era desmedido.
Se extralimitaba en sus funciones, llegando al insulto personal dándome gritos con el estadio a puertas abiertas, delante de todos los aficionados.
Algunos hacían mofa de mi y las humillaciones y vejaciones eran continuas.
Aquel abuso y maltrato me ponía tan nervioso que no daba una a derechas. Salía del campo aguantándome las lágrimas y así, un día tras otro, hasta que en las paredes de aquella pensión de Dª Dolores pensé en marcharme y retirarme del fútbol.
Los insultos y gritos iban en aumento y mi autoestima como jugador y persona habían caído tan bajo que no pude evitar las lágrimas al terminar el entrenamiento. Juanito Guedes que era muy observador acudió a mí pero yo no podía articular palabra y seguí mi camino hacia los vestuarios.
Entonces, mirándome fijamente y viendo mi estado dijo: “¡Ya está bien, esto lo voy a terminar yo arreglando!”
Cuando el técnico, que aún estaba en una esquina del campo oí a Juanito Guedes decirle: “Espere un momento. ¡Quiero hablar con Usted! Se quedaría esperando extrañado la llegada de Juan.
Luego, cuando yo ya estaba en vestuarios, Carmelo Campos me dijo que me tranquilizara, que Juanito Guedes estaba discutiendo con Rosendo Hernández sobre mi persona.
Yo estaba vestido y dispuesto a marcharme, cuando vi entrar a Juanito Guedes quién me haría saber que el técnico me esperaba.
Cuando Rosendo Hernández me vio llegar y me dijo que me sentara y que me tranquilizara. Luego, me diría:
“Mire Gilberto, si pongo tanto énfasis en su aprendizaje es porque se que Usted es un buen jugador y quiero que triunfe en el mundo del fútbol. Si Usted no me importara como algún otro, no le diría nada. Sé que tengo un pronto muy fuerte y le pido disculpas, pero créame que lo hago por su bien. Se puede Usted retirar”.
Cuando salí de mi charla con Rosendo, acudí a vestuarios a ver a Juan, pero ya se había marchado con Espino y Tonono.
Al día siguiente cuando le di las gracias me dijo en tono bromista: “Pero ¿De qué me estás hablando? Yo no le he dicho nada a nadie”.
Cuando comenzó el entrenamiento, Rosendo me llamó y con cordialidad me dijo: “Gilberto, hoy quiero verlo a usted en banda izquierda, espero que tenga suerte y acuérdese de una cosa ¡Con el corazón no se juega, se juega con la cabeza!
Hacia mucho tiempo que no disfrutaba del fútbol como ese día. Recuerdo que me encontraba muy cómodo en la demarcación de extremo, marcando tres goles. Recuerdo a Juanito Guedes gritándome: ¡Toma nariz! Me ponía unos pases milimétricos que me dejaban en una posición muy favorable de cara al marco contrario.
Mirándolo todo con la perspectiva del tiempo, pienso que yo me habría retirado del fútbol, dado que lo tenia todo decidido.
Juanito Guedes nunca me diría las palabras que pudo tener con Rosendo Hernández, pero lo cierto es que tenia una personalidad arrolladora. Nunca lo podré olvidar.
LESIÓN DE GUEDES EN EL CAMPO DEL ELDENSE
La U.D. Las Palmas se vería obligado a jugar con diez jugadores
como consecuencia de la lesión de Juanito Guedes en el primer tiempo.
La U.D. Las Palmas perdería por dos tantos a cero.
En las Filas del Eldense figuraban el técnico Vicente Dauder y el jugador Lizani,
que con posterioridad – aunque en diferentes años- ingresarían en la U.D. Las Palmas.
Tras la derrota ante el San Fernando y Eldense como visitante
recibiríamos a la U.D. Levante, uno de los equipos punteros de la categoría
23 de octubre 1962
JOSÉ CRISTÓBAL CORREA
Bajo la Ratio Studiorum
José Cristóbal Correa, símbolo y metáfora de la cultura futbolística
egún se recoge en el libro publicado por el sacerdote Agustín Castro Merelló, sobre la vida de Los Jesuitas de San Ignacio de Loyola en Canarias, después de muchas vicisitudes y expulsiones retomarían su actividad con los denominados Padres Vascos.
El colegio se estructuró en torno a las líneas pedagógicas de la Ratio Studiorum, que viene a ser la denominación del título que recogían el método y la organización de los estudios y de los colegios de la compañía.
José Cristóbal Correa, se educaría bajo la tutela de la época de los Padres Vascos en la década de los cincuenta y fue en el antiguo y añorado edificio, en aquel campo de alquitrán que hacía las funciones de patio de colegio, donde José Cristóbal Correa comenzaría sus pinitos futbolísticos.
Trabajadores de la construcción alquitranando el patio principal del colegio de Los Jesuitas
ACTIVIDADES ESCOLARES EN EL PATIO DEL COLEGIO AÑO 1944
¡Prietas las filas impasible el ademán! Así rezaban aquellos niños del régimen en el patio de Los Jesuitas antes de comenzar la educación física.
Los niños del colegio de Los Jesuitas haciendo fila antes de entrar a las clases.
Con posterioridad y tras un corto periplo en clubes infantiles como el San Diego de Alcalá, San Lázaro o Porteño, ingresaría en el club de su vida: Sporting de San José. Residía en la calle de los balcones del señorial barrio de Vegueta, fichando en el equipo Joselito de La Portadilla, club histórico que tenía su Sede Social en la calle Pedro Díaz. La llamada de Luis Molowny para integrar la Selección Juvenil en la temporada 1960-61 le daría la oportunidad de conocer por primera vez a Juanito Guedes, con quien establecería una gran amistad y corriente de simpatía que duraría hasta el fallecimiento del malogrado jugador de Las Rehoyas Altas.
José Cristóbal Correa, era un jugador monárquico, dotado de unas cualidades excepcionales para el balompié, aunque aceptando la consideración que toda vida humana debe ser contada y reconociendo su singular forma de ser, a Juanito Guedes siempre le costó entender cómo un futbolista de la dimensión y clase de Correa no fuera indiscutible en la alineación titular manifestando su opinión en múltiples ocasiones.
Juanito Guedes era una persona que no toleraba los abusos y detestaba la doble moral. De igual forma, José Cristóbal Correa era indomable antes los abusos de poder y de aquellas personas que intentaban sentar principios de autoridad. Ambos llamaban las cosas por su nombre.
José Cristóbal Correa: ecuación exacta del arte y la ciencia
De forma análoga su fútbol tenía un marcado carácter polifónico. Eran jugadores de mente transgresora. Juanito Guedes, José Cristóbal Correa y Germán Dévora, en la década de los sesenta ocupaban el centro neurálgico del terreno de juego desde donde desarrollaban todo el entramado táctico del juego de nuestro equipo.
Tanto José Cristóbal Correa como Juanito Guedes están entre los jugadores más geniales de toda la historia del club. En el caso de Correa su imprevisible juego asombraba desde muy niño a propios y extraños, especialmente a sus compañeros de equipo, que al igual que Juanito Guedes lo consideraban un genio del fútbol.
Correa buscaba el juego asociativo y protegía el balón como pocos, efectuando pases magistrales mirando al lado opuesto como no se había visto antes, electrizando a las masas. Tenía, además, una mente preclara adivinando la jugada antes de iniciarse. Al no aceptar caudillismos o imposiciones a ultranza, máxime cuando éstas eran utilizadas con un lenguaje incendiario y en presencia de sus compañeros, tuvo muchos problemas con entrenadores como Rosendo Hernández, que tras ser titular indiscutible y uno de los jugadores más destacados del equipo, lo condenaría al ostracismo.
Los artistas o genios del balón son por lo general discontinuos.
En ocasiones parecía ausente para de pronto resurgir con una jugada genial y poner el graderío a sus pies. Sin lugar a dudas, al igual que Juanito Guedes, José Cristóbal Correa es uno de los mayores exponentes del fútbol canario de todos los tiempos.
Al igual que muchos jugadores de excepcional técnica, no concebía el fútbol como un esfuerzo o sufrimiento sino como divertimento, una especie de comunión con lo sublime o inefable.
Tanto Juanito Guedes como José Cristóbal Correa se complementaban en el terreno de juego. El fútbol de ambos se distinguía por su armonioso equilibrio.
En Juanito Guedes había una especie de consciencia cósmica y en Correa un juego combinativo y coral dónde hacía partícipes al resto de sus compañeros de ataque. José Cristóbal Correa es considerado hoy en día auténtico embajador por excelencia de todos aquellos niños que han formado parte del equipo de Los Jesuitas de San Ignacio de Loyola a lo largo de la historia.
El cineasta Luis Buñuel solía decir que el elemento esencial del arte era el misterio.
José Cristóbal Correa era un jugador que te ofrecía lo imprevisible. En su juego no había automatismos de ensayo sino la sorpresa y el enigma.
José Cristóbal Correa nos dice de Juanito Guedes: «Antes de comenzar los entrenamientos en la época de Rosendo Hernández (1962-63) solíamos liarnos un pitillo. Él fumaba Mecánico amarillo que era muy fuerte para mí. De igual forma yo también fumaba cigarrillo negro, pero era mucho más suave. Recuerdo que se llamaba ‘Progreso’ y a Juanito Guedes le encantaba.
Me parece aún ver la cara de Juan sonriendo al decirme: “Como tú no puedes fumar mecánico amarillo, me das un progreso de los tuyos y se acaba el problema”.
Cuando quedaban solo tres jornadas para terminar la temporada 1966-67, el equipo estaba en una situación muy peligrosa. Se cesa a Juanito Ochoa y se contrata los servicios de Luis Molowny, quien se convierte en el salvador del equipo.
Al comenzar la temporada siguiente decide incorporar al jugador tinerfeño Gilberto II porque, según su criterio, tenía exceso de centro campistas: Germán, Juanito Guedes, Pepe Juan Martínez y yo…
Según sus comentarios, le faltaba un peón de brega que batallara en el centro del campo, no exento de calidad. El jugador Gilberto II había realizado grandes campañas con el C.D. Tenerife y era un futbolista formidable, con mucha capacidad de recorrido y de recuperación.
Yo era compatible con su forma de jugar y el equipo no tenía un gran banquillo, pero su decisión de traspasarme al Tenerife ya estaba tomada.
En puridad, fue un duro golpe para mí que me afectaría muchísimo a lo largo de mi trayectoria profesional. El Tenerife era un club que por aquellos años no vivía sus mejores momentos, militando en segunda división.
Aquella inesperada decisión de Luis Molowny y la aceptación de la junta directiva me hizo mucho daño, tanto en lo moral como en lo deportivo. Yo estudiaba derecho y tenía novia, familia y a mis amigos. Todo mi entorno estaba aquí. El marcharme a Tenerife me perjudicaba ostensiblemente en todos los sentidos.
Algunos clubes de Primera División, como se puede apreciar en los documentos de los archivos del club se habían venido interesando por mis servicios y Jesús García Panasco luchaba lo indecible por no dejarme salir desde mi época de juveniles. Mi autoestima bajó considerablemente y perdí la ilusión por seguir jugando en el fútbol profesional. Recuerdo que a Juanito Guedes le afectó mi salida tanto como a mí, llamándome constantemente para darme moral y diciéndome que no podía entenderlo dado que Juan, Germán y yo habíamos jugado siempre como organizadores en el centro del campo y la llegada de Gilberto II nos beneficiaba a todos.
Con el paso de los años, cuando me incorporé a la disciplina del Atlético de Madrid, coincidimos en el aeropuerto de Barajas. Yo estaba con los compañeros del Atlético que íbamos a jugar un partido de Copa y él venía de una convocatoria con la Selección Absoluta. La alegría fue inmensa. Conocía a mis compañeros mejor que yo, de tantas veces que había sido preseleccionado. Todos le querían muchísimo y lo tenían en gran consideración. Cuando le ofrecí de bromas un pitillo me dijo que hacía tiempo que había dejado de fumar».
Su juego creativo le confería ese grado de sublimación. Se daba la circunstancia que ambos cumplían el 2 de octubre, aunque Juanito Guedes había nacido en 1942 y Correa en 1944.
José Cristóbal Correa continua el relato: “Conocí a Juanito Guedes en la Selección Juvenil, aunque ya nos habíamos enfrentado en equipos no federados y de categoría de adheridos.
Por otra parte, yo estudiaba en los Jesuitas y él durante un tiempo estudiaba en la Escuela de Comercio, y en ocasiones nos veíamos. También con anterioridad nos habíamos enfrentado en equipos infantiles. Cuando compartimos la Selección Juvenil teníamos un equipo de fábula, pero de nuevo caeríamos injustamente ante la Selección Juvenil de Tenerife, en un partido donde nos pitaron otro penalti teniendo que jugar una prorroga que prefiero olvidar. Luego, ya en el primer equipo, con el respeto debido a todos los compañeros, Juanito Guedes fue siempre el futbolista que más admiré.
Sé, perdonando la inmodestia, que era una admiración y respeto mutuo ya que no solo me lo dicen sus familiares y amigos más cercanos sino él mismo en muchas ocasiones.
De Juanito Guedes me impresionaba todo. No sólo eran sus excelentes pases en largo, como yo no he visto a nadie hacerlo, sobre todo viéndolo día a día en los entrenamientos. Todos podemos destacar en nuestra demarcación o similares en momentos determinados, pero cubrir todo el terreno de juego como él lo hacía y además convertirse en un defensa destacado, organizar todo el juego del equipo fundamentalmente por su banda y además destacar con aquella precisión en el tiro es muy difícil encontrar en un jugador.
Todos podemos tener una cualidad especial para una demarcación específica, pero no en todo el terreno de juego con aquella naturalidad. Lo de su valentía y bravura tampoco la he visto en ningún jugador ya que la diferencia estriba en su naturalidad, sin tener que realizar el más mínimo esfuerzo.
Aquella serenidad con que afrontaba situaciones de peligro, era digna de presenciar. Era un futbolista integral que no se arrugaba ante nadie por muchos futbolistas que hubiesen a su alrededor. Entre más grande era la adversidad, más sereno lo veías, sobre todo actuando lejos de nuestro feudo. Aún recuerdo un encuentro en el Estadio de Sarriá ante el R.C.D. Español, donde le hizo una dura entrada al extremo José María a ras de césped. El extremo españolista era muy rápido y habilidoso y te podía dejar en evidencia con sus florituras. La entrada fue contundente, aunque al balón. El jugador españolista fue el último en tocar el esférico saliendo a banda.
A efectos de impresionar al colegiado y al público que estaba en la misma raya, José María exageró la caída mostrando gestos de dolor con la intención de que todos los aficionados del español increparan a Juanito Guedes, como así sucedería. No obstante, el colegiado pitó saque de banda a nuestro favor. Yo, que me encontraba cerca de la jugada y viendo la hostilidad del público hacia Juanito Guedes, le grité: “Tranquilo Juan, yo saco de banda”. Pero Juan, ante toda la grada, le hace saber al jugador del Español que hacía mucho teatro. Luego, dirigiéndose con paso firme a la raya de banda donde los espectadores estaban de pie insultándole, él, como si nada ocurriera antes de coger el balón, se queda mirando a la grada preguntando -¿qué les pasa a ustedes? Luego, lentamente, se agacha a coger el balón y se vuelve de nuevo a la grada mirándolos antes de proceder a sacar.
El público tiraba objetos y el abucheo era ensordecedor, pero como si no fuera con él la cosa, me lanza el balón. Recuerdo que por un momento el público quedó en silencio sorprendido ante aquella actitud. Luego, reaccionaron y continuaron pitándole durante todo el encuentro. Juan se crecía ante la adversidad y aquel fue uno de los grandes encuentros que le recuerdo. Aquel gesto de valentía me enseñaría a sobreponerme ante las situaciones adversas.
Sin embargo, cuando en el Estadio Insular, el público nos pitaba, Juanito Guedes se sentía profundamente herido. No comprendía cómo tu propio público, que debía de darte ánimo en todo momento, gritara a sus propios jugadores y en más de una ocasión pediría a la afición que tuvieran mayor tolerancia con los jóvenes.
18 de abril de 1965
EL IMÁN DE JUANITO GUEDES
Siempre me he preguntado sin obtener respuesta cómo todos los balones despejados por el equipo contrario en cualquier demarcación del campo parecían venir a sus pies. Aquel control y dominio del espacio tenían que venir precedidos de una gran intuición para saber el lugar exacto donde caía el balón y es que Juan poseía un gran sentido de la colocación en el rectángulo de juego y miraba cada gesto del jugador contrario que iba a lanzar el balón.
Muchos jugadores intentaron imitarlo pero fracasarían en el intento. Él nos decía que no había ningún secreto, que el campo tenía unas medidas y los jugadores solo tenían dos piernas. ¡Qué sencillo resultaba para él y qué difícil para nosotros!
De igual forma, en mi vida deportiva he visto muchos futbolistas que efectuaban grandes desplazamientos de balón, sobre todo por alto, pero nunca un futbolista que desplazara el esférico a ras del césped desde la defensa al extremo con una velocidad diabólica, tanto en horizontal como en vertical. Juanito Guedes nos hacía mejores jugadores a todos los demás.
JUANITO GUEDES Y JOSÉ CRISTÓBAL CORREA, DOS JUGADORES ORNAMENTALES
DE GRAN SABIDURIA Y SAPIENCIA FUTBOLÍSTICA,
SALDAN SUS DIFERENCIAS EN UN ENTRENAMIENTO, SIENDO SANCIONADOS POR EL CLUB
Entrenábamos en el Estadio Insular con el técnico Vicente Dauder. Yo había venido formando con la alineación titular desde el primer encuentro de Liga en nuestro debut ante el Barcelona, dando un buen rendimiento a tenor de la afición y crítica especializada. De pronto, sin saber las razones, me relegan a la suplencia. La crítica no podía explicárselo ya que me encontraba en un buen momento de forma. Juanito Guedes que formaba conmigo y con Germán en el centro del campo no lo entendía y me pedía que tuviera paciencia dándome ánimos, ponderándome constantemente y diciéndome que todo volvería a su lugar.
Yo me limitaba a esforzarme cada día en los entrenamientos tratando de demostrarle al técnico que tenía un sitio en la alineación titular. No pedía explicaciones dado que me parecía una falta de respeto a mis compañeros, pero a decir verdad tu autoestima baja considerablemente.
Juanito Guedes y yo jugábamos en el centro del campo y al estar entre los suplentes normalmente teníamos que enfrentarnos a los titulares. Como era lógico en el transcurso del encuentro debíamos disputar muchos balones. Juanito Guedes era mi mejor compañero, pero era un jugador que al igual que yo teníamos un carácter fuerte.
Él entraba con mucha contundencia al balón y como solía decir con gracia y sorna: “En el campo no hay amigos”. Tenía una forma muy peculiar de cubrir el balón y con el tren inferior que poseía era extremadamente difícil desbordarlo, máxime con la contundencia y competitividad con que solía ejercitarse en los entrenamientos.
En una ocasión, teniendo el balón en mi poder, me entró con las piernas de frente y yo vi la única posibilidad de colarle el balón entre aquellos dos grandes molinos de viento. Fue una acción intuitiva, sin mala intención, y mucho menos dejarlo en evidencia. Fue todo muy rápido y mi única forma de salir airoso de su entrada.
Juanito Guedes quedó algo desequilibrado y yo salí por un lateral con el balón controlado. En realidad, tuve mucha suerte porque lo había cogido a contrapié por su pierna derecha. En el fútbol se producen acciones en ráfagas de segundos donde no tienes tiempo de pensar cómo suceden, y aquel día fue una de ellas.
Ya salvado el obstáculo y cuando me proponía continuar la jugada siento que me entran fuertemente por detrás, cayendo al césped de forma fulminante con un gran dolor en el tobillo. Me levanté a pesar del fuerte golpe y me dirigí a él agrediéndonos mutuamente. Fue cuestión de segundos ya que los compañeros nos separaron al momento. Estos incidentes suelen suceder a menudo en los entrenos de todos los equipos del globo terrestre, pero no sé porqué razón todo lo que tenía que ver con mi persona adquiría una dimensión diferente y proporciones desorbitadas.
Todo lo que se relacionaba con Correa tenía una transcendencia desmesurada.
El entrenador Vicente Dauder estaba algo retirado de la jugada, pero Carmelo Campos que estaba más cerca, viene corriendo increpándome con gestos de forma airada enviándome a vestuarios, mientras que Juanito Guedes permanecía en el terreno de juego, cosa que no entendía ya que había sido supuestamente el agresor en aquella jugada.
Recuerdo que salí de la cancha llorando de impotencia y ya no recuerdo las palabras que le dije al entrenador auxiliar en mi trayectoria hacia vestuarios. El partidillo proseguiría y al bajar las escalerillas de la caseta pude sentir por las pisadas que alguien me venía siguiendo. Por un momento pensé que era el técnico Vicente Dauder pero cuando me giré para ver su rostro me encuentro a Juanito Guedes, quien con un gesto de gran nobleza, dándome un fuerte abrazo, me dice: “Perdóname hermano. Espérame al final del entrenamiento que esto tenemos que arreglarlo. Tengo que hablar con don Jesús antes que Carmelo Campos le entregue el informe”.
Si otro jugador se hubiese marchado del entrenamiento a consolar a su compañero a su libre albedrío no sé lo que podría haber pasado.
Cuando le advertí, -Juan, regresa al partidillo, que te pueden amonestar-. Su contestación fue la de siempre: “aquí no pasa nada”.
Todos los rectores del club, secretario general, técnicos y demás estamentos tenían hacia él un trato reverencial. Nunca vi a un jugador, por importante que fuera, con esas dotes de mando dentro de la institución ni con una personalidad tan acusada.
Me admiraba la forma y maneras que tenía Juan de dialogar, y su impresionante carisma. No era un hombre ilustrado ni utilizaba vocablos culteranos, no actuaba sentando principios de autoridad. Sin embargo, tenía una simpatía y agilidad mental fuera de lo común. He conocido a muchos jugadores con carreras universitarias y cargos sumamente relevantes a nivel nacional que a la hora de la verdad tenían una actitud lisonjera y medrosa con los estamentos de poder del club, en el caso de Juanito Guedes era todo lo contrario.
Su sentido de la justicia y rectitud estaban siempre presentes y lo de esperar ni se le pasaba por su mente. A su lado te sentías protegido. Quizá debido a ello, todos recurríamos a él en momentos de apuro y situaciones adversas. Recuerdo que lo esperé tras el entrenamiento y nos dirigimos a la vieja sede de Luis Antúnez. Nos salió al paso José Guerra, que era el adjunto a la Secretaria General y el hombre de confianza de don Jesús.
Ellos llevaban tiempo juntos y la compenetración era total, diciéndonos que no nos podía recibir dado que estaba en ese momento muy ocupado, pero Juanito Guedes tenía una inteligencia natural y no era nada fácil convencerle.
Me quedé sorprendido cuando apartó a José Guerra y siguió adelante sin apenas inmutarse hasta llegar a la puerta del despacho de don Jesús. Dió un par de toques en la puerta y entró directamente haciéndome pasar. El secretario general quedó algo perplejo, pero era un hombre de grandes recursos con un extremado poder de convicción.
Juanito Guedes, con voz firme y con una seguridad admirable, le dijo: “Mire don Jesús, me he tomado el permiso de entrar porque vengo a comentarle un tema que requiere urgencia».
Recuerdo que Juanito se disculparía de una forma muy elegante y educada, culpabilizándose de todo lo sucedido en el campo y asumiendo toda la responsabilidad de los hechos.
Yo, sin pronunciar palabra, no daba crédito a lo que oía. El secretario general dirigiéndose a Juan con el mayor de los respetos, nos dijo la frase que con frecuencia solía pronunciar: “¡Pase la página!”
Aquel gesto de solidaridad y compañerismo de Juan no lo podré olvidar mientras viva, ya que en el mundo del fútbol lo más frecuente es que cada uno intente solventar sus propios problemas.
El secretario general nos dijo que trataría de convencer al técnico y a Carmelo Campos. Recuerdo igualmente que cuando nos íbamos, el Sr. Guerra nos salió al paso con cara de pocos amigos. Juan, sin evitar su mirada, se dirigió al él con tono amable diciéndole: «Perdone si le he podido ofender, pero era un caso que requería celeridad y no olvide que un jugador profesional que defiende los intereses de este club, siempre debe tener preferencia. Espero su comprensión. Muchas gracias».
Pude observar el gesto del Sr. Guerra entre atónito y enmudecido. Todo se saldaría con un apretón de manos. Todo ello no quita para decir que a las pocas semanas nos llegaba una sanción bastante elevada. He tenido muy buenos compañeros en el mundo del fútbol como en todos los ordenes de la vida, pero el afecto que llegué a sentir por Juanito Guedes era muy especial, unos lazos de amistad y simpatía que trascenderían lo meramente futbolístico.
Se preocupaba por mí en todo momento, tratando de darme moral. No estaría bien ni seria ético que dijera aquí cómo me valoraba y qué opinaba de mí con respecto a mi inclusión en el equipo. Su familia y muchos compañeros lo saben y con ello me basta.
Esta admiración era recíproca, ya que para mi Juanito Guedes era el mejor jugador de la U.D. Las Palmas en la época que nos tocó vivir.
Como futbolista se han escrito ríos de tinta. He entrenado con muchos compañeros, sobre todo en el Atlético de Madrid, un club repleto de jugadores internacionales de gran nivel: Adelardo, Collar, Luis Aragonés, Gárate… Ninguno me impresionó tanto como Juanito Guedes. Cuando alargaba las piernas en el centro del campo y te gritaba -¡mía!, tenías que salir de su zona inmediatamente.
Era igualmente un hombre recto de grandes principios y convicciones religiosas. Ello no era óbice para que le gustara divertirse y hacer de las suyas. Me asombraba la facilidad que tenían Juan y Tonono para salir y entrar de las concentraciones con una serenidad impresionante, a menudo he pensado que era imposible no ser vistos con aquella tranquilidad.
Pero ellos por los méritos contraídos tenían indulgencia plena. ¿Quién era el que se atrevía a llamarle la atención a Juanito Guedes o a Tonono? Eran dos auténticos fenómenos en todo lo que hacían.
SIN MAS TÍTULO QUE UN ADIÓS. SUS ÚLTIMAS VOLUNTADES
Leyendo un artículo sobre el primer jugador de la U.D. Las Palmas fallecido en activo, Antonio Vieira -24/4/1951-, no he podido dejar de rememorar el amargo dolor que sentí tras el fallecimiento de Juanito Guedes. En los últimos momentos de su vida, la familia me pidió que le ayudara en sus últimas voluntades. Yo ya no formaba parte del equipo y trabajaba como oficial de notario, con Jose Díaz Lamana, quien me redactaría el documento. Juan Guedes sabía todo sobre su enfermedad, pero era tan valiente y noble que para no preocupar a nadie trataba de ocultar la verdadera realidad y su dolor.
José Cristóbal Correa había nacido en la señorial calle de los balcones del barrio de Vegueta. Desde muy corta edad, aquel niño estaba iluminado por un don sobrenatural para la práctica del balompié. Al igual que su ídolo Alfonso Silva, de nuevo el fútbol volvía a entrar por los cauces de un genio y se apoderaba de una época.
Hay jugadores que tienen una dimensión mitológica y llevan en su fútbol de autor una heráldica, un paisaje personal que les identifica. Juanito Guedes y José Cristóbal Correa ilustran esta definición.
José Cristóbal Correa dice: «En lo que a mi respecta ha sido el jugador más completo de todos los equipos donde yo he militado, incluyendo el Atlético de Madrid.
La presencia de Juanito Guedes en el terreno de juego imponía de tal manera que te hacía sentir seguro en todo momento. Te daba ese punto de confianza y de valentía que en ocasiones necesitabas. No paraba de hablar y gesticular en todo el encuentro, levantándote el ánimo cuando tenías un día aciago. En ocasiones me hacía reír cuando en partidos importantes ante grandes equipos, antes de sacar en el pitido inicial me decía: -todos los que ves aquí frente a ti ya quisieran tener la mitad de las condiciones futbolísticas que tú atesoras. Hoy nos vas a enseñar a todos cómo se juega a fútbol. Yo me lo tomaba a broma, porque sabía que su intención era subirme la moral y la autoestima. Me conocía perfectamente y sabía que los silbidos de la afición me afectaban dada mi frágil moral.
Sus palabras me daban una seguridad tan grande que ahora me gustaría poder tener la oportunidad de expresarle mi agradecimiento. En aquellos años era muy joven y le decía cualquier cosa para que no siguiera ponderándome.
Cuando Juanito Guedes no estaba a mi lado en el centro del campo, todo parecía diferente. El equipo bajaba muchos enteros cuando Juan estaba ausente. Al ser un jugador que cubría todas las zonas del campo con aquel juego tan combinativo y arrollador se convertía en medio equipo.
Juanito Guedes era una persona muy sencilla y humilde que huía de todo protagonismo. Es extraño, pero nunca le oí hablar de sus éxitos o virtudes futbolísticas, al contrario que otros que de alguna u otra forma siempre estaban haciendo referencia a sus logros y a su época.
El prestigio deportivo y social se gana en las pequeñas acciones, y en este aspecto tanto Juanito Guedes como Tonono eran paradigmas ejemplarizantes, y quizás esa haya sido la razón de ser los jugadores más queridos y respetados por la afición y sociedad en general.
Es verdad que Juanito Guedes tenía su carácter y era una persona que no toleraba los abusos y llamaba a las cosas por su nombre. Quizás por ello nos comprendíamos y nos llevábamos tan bien. Detestaba la doble moral. Podría enumerar infinidad de ejemplos pero nunca vi a un técnico llamarle la atención.
Un amargo día recibí una llamada telefónica. Al otro lado de la línea, Juanito Guedes delataba su estado ya muy deteriorado, diciéndome: -quiero hacer testamento y nadie mejor que un verdadero amigo como tú para hacerse cargo de mis últimas voluntades-. Todo aquello me parecía tan irreal que no podía articular palabra alguna, limitándome a escucharle atentamente. Estaba muy sereno y resignado y era plenamente consciente de todo lo que sucedía a su alrededor. Cuando nos dijimos adiós y colgó el auricular no pude reprimir las lágrimas. La vida había sido cruel con un muchacho en plena juventud que además dejaba una esposa muy joven y dos hijos muy pequeños. Nunca he podido superar aquella llamada y tan fatídico destino.
En cierta medida no era solamente el ruego de sus últimas voluntades. Comprendí que había llamado para despedirse de mí aunque no lo manifestara.
JOSÉ CRISTÓBAL CORREA,
UN DIGNO REPRESENTANTE DEL FUTBOL ILUSTRADO
Disputado partido en el Estadio Insular, con numerosos tantos.
Espectacular encuentro por parte de ambos conjuntos que merecieron un mayor número de goles.
Los jugadores de la Sevilla Atletico darían una excelente imagen por su rapidez y juego abierto.
Brillante triunfo de la U.D. Las Palmas ante el Tenerife en el Heliodoro Rodríguez López.
El gol de conjunto amarillo sería marcado por el habilidoso y explosivo extremo Juan Luis.
Victoria mínima ante el Plus Ultra con gol en propia puerta de Carvajal
3 de diciembre de 1962
Meritorio triunfo sobre el Granada con goles de Santamaría, Guedes y Gilberto
10 de diciembre de 1962
La U.D. Las Palmas sería derrotada en el Ramón de Carranza de Cádiz tras un laborioso y meritorio primer tiempo.
En la segunda mitad nuestros jugadores retrasarían sus líneas realizando un fútbol
de contención que debilitaría en exceso el juego atacante.
Los gaditanos obtendrían sus goles por medio de Arteaga y Soriano.
El equipo amarillo seguiría rumbo a Melilla donde jugaría en el Alvárez Claro
consiguiendo una importante victoria por dos tantos a uno.
Los tantos fueron obtenidos por Torrent y Juanito Guedes.
Éste último de soberbio tiro que bate al guardameta Julio.
24 de diciembre de 1962
Triunfo sin pena ni gloria de la U.D. Las Palmas a pesar del resultado.
Los goles canarios fueron marcados por Santamaría, Gilberto y Torrent.
31 de diciembre de 1962
7 de enero de 1963
Tras victoria como visitante ante el Hércules en el Estadio de la Viña se empata ante el Recreativo de Huelva
15 de enero de 1963
28 de enero de 1963
La U.D. Las Palmas efecturaria una doble salida donde caería derrotada
en La Condomina de Murcia por dos tantos a uno, logrando, sin embargo, empatar ante el Real Jaén
4 de febrero de 1963
Magnífico encuentro de la U.D. Las Palmas ante el Eldense con abultada goleada.
Los goles canarios fueron marcados por Collar, Gilberto (3), Germán y León.
11 de febrero de 1963
Meritoria victoria de la U.D. Las Palmas ante el Mestalla, con goles de Gilberto (penalti), Germán y León.
Tras perder en el Estadio de Vallejo ante el Levante, se pierde ante el Sevilla Atlético por tres tantos a dos,
con el debut del orotavense Isidoro Sánchez, que se convertiría en la figura del encuentro.
Derrota por la mínima diferencia ante el C.D. Tenerife en el clásico partido de rivalidad isleña
18 de marzo de 1963
26 de marzo de 1963
Tras dos sendos empates ante el El Plus Ultra y el Granada la U.D. Las Palmas vencería al Cádiz por dos tantos a uno.
Lamentable espectáculo originado por el central andaluz Suárez tras marcar la U.D. Las Palmas su segundo gol.
El Colegiado Sr. De la Teja decretaría su expulsión del terreno de juego.
2 de abril de 1963
La U.D. Las Palmas vence al Melilla con dos goles de Juanito Guedes y otro en propia puerta
8 de abril de 1963
Tras empatar en Cartagena a dos tantos la U.D. Las Palmas finalizaba la competición liguera venciendo
al Hércules de Alicante por tres goles marcados por el delantero centro palmero Erasto
LA U.D. LAS PALMAS SE PROCLAMA SUBCAMPEÓN DE LIGA EN LA MEJOR TEMPORADA DE SU HISTORIA