Entre la noche y la aurora

CAPÍTULO VII

 

 

 

El Canto del Gallo

 

 

l canto del gallo en la pequeña huerta de su casa le anunciaba la llegada de la aurora y el comienzo de un nuevo día. El niño, absorto en sus pensamientos, no veía la hora del recreo para disfrutar de su deporte preferido: el balompié. Juanito Guedes, aunque de niño dormía plácidamente, no necesitaba que los despertaran sus mentores.

Los libros le pesaban sobremanera. Era poseedor de una inteligencia natural para memorizar los textos y a pesar de las dificultades aprobaba los cursos con la ley del mínimo esfuerzo.

Los libros, la naturaleza y el fútbol fueron configurando su infancia y dando sentido a su vida cotidiana.

 

 

El canto del gallo le anunciaba la llegada del nuevo día.

 

 

 

 

 

 

Al amanecer el día

Todos los días el niño Juan encaminaba sus pasos hacia el colegio de los Padres Paúles. Los libros de texto estaban siempre dispuestos a acompañarle con los clásicos pizarrines de la época, cuadernos de caligrafía, tinteros, lápices, gomas de borrar…

 

Aula clásica de la época.

 

Juanito Guedes en el patio luminoso del Colegio.

 

Todo aquel material de aprendiz de estudiante tenía cabida en un macuto de tela de color hueso, que le había confeccionado su madrina.

Entre los alumnos sobresalía un niño de tez muy morena poseído de una sufrida fortaleza. Un niño que desprendía un aura diferente.

Su juego estaba investido por un halo intransferible de fascinación y de omnipresencia que, a tan corta edad, comenzaba a familiarizarse con la rumorología y el éxito.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dejando atrás hipérboles desmesuradas, sí era verdad que en Juanito Guedes había un componente diferenciador.

Los Padres Paúles trabajaban denodadamente en pro de la cultura y de las necesidades del barrio. Habían sabido inculcar valores como la amistad, el amor al prójimo y la caridad con los más desfavorecidos. La discreción y la disciplina eran sinónimos de Casa Real.

En los atardeceres, Juanito se adentraba en aquellos parajes de flora silvestre al otro lado de la llanura donde había una pequeña colina que daba al barranco Guiniguada, un bosque de palmeras, cañas y árboles centenarios donde manaba el agua cristalina de una fuente.

 

En la imagen, estanque redondo a orillas del Guiniguada, donde Juanito Guedes solía bañarse con los amigos de su infancia.

 

Vista parcial del Barranco de Guiniguada.

 


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