Primeros años de actividad escolar en el colegio de los Padres Paúles en el Lomo Apolinario

CAPÍTULO VI

 

 

 

Camino rústico frecuentado por Juanito Guedes desde El Alto de los Leones al Lomo Apolinario.

 

En cada lugar hay un libro que nos espera

Caminando en silencio y con semblante de preocupación por aquellos senderos de tierra en compañía de su padrino José, el niño se disponía a visitar por primera vez el colegio de los Padres Paúles.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Antiguo colegio de los Padres Paúles en Lomo Apolinario.

 

 

 

 

Por un momento, les pareció oír en la lejanía las voces armoniosas y celestiales de la chiquillería, impregnando el ambiente de una polifonía de sonidos muy singular.

Atraídos por la majestuosa presencia de aquel edificio del periodo finisecular, sus pasos se fueron adentrando en el idílico lugar donde por sus amplios ventanales, con los rayos del sol de la mañana, el patio y las aulas adquirían una intensa luminosidad.

En la parte inferior del amplio patio que, como el de todos los demás colegios religiosos de la época estaba rodeado de pilastras toscanas, en perfecta simetría donde los alumnos daban rienda suelta a sus juegos y sueños de infancia.

Al tocar el timbre en la puerta principal, les saldría un ordenanza seglar, que les llevaría a la oficina del padre rector.

Su padrino le pidió permanecer sentado en un banco del patio, mientras ellos hablaban supuestamente de las obligaciones del chico a partir de aquel primer día de clase.

 

La conversación se prolongaría por más de una hora y el niño, sobrecogido por el entorno, sintió el deseo de salir corriendo ladera abajo de vuelta a su casa donde le esperaban su abuela, madrina y su hermana Carmen.

En puridad, no tuvo apenas tiempo, dado que de repente se abriría la puerta de la dirección general de donde saldrían su padrino y el rector mirándoles con una amplia sonrisa. Cuando vio a su padrino desaparecer lentamente y sentir la gruesa mano del padre rector sobre su hombro llevándolo a la que se suponía debía ser su aula, el niño sintió un latido sobrecogedor.

Juanito Guedes, en palabras de su hermana Carmen, rememoraba aquella breve separación como uno de los días más tristes de su niñez.

 

Retraído, huidizo y con la natural timidez entraría en una amplia y luminosa aula, donde uno de los padres daba clase de geografía.

Sin embargo, aquel sentimiento de abandono y de soledad darían un giro copernicano cuando, al sentarse en su pupitre, comprobó que a su alrededor tenía como compañeros a algunos amigos con los que había compartido muchas tardes de fútbol en los estanques de barro y en los solares de la zona.

Su alegría se incrementaría al percatarse que era llamado por su nombre. Eran sus amigos, los mismos que vivían en su barrio y en lugares cercanos.

 

 

Lugar donde estaba situado el antiguo Campo del Lomo. En la actualidad se ha construído el nuevo colegio. En aquellos años, como se puede comprobar en la imagen el lugar estaba rodeado de fincas y plantaciones con estanques donde los niños daban rienda suelta a sus juegos de infancia.

 

 

Su padrino José le vino a recoger el primer día a la hora del almuerzo pero, dado que no podía dejar su trabajo en el taller de la empresa, le dio autorización para a partir de esa fecha subir y bajar el camino con los compañeros de clase que, a medida que pasaba el tiempo, se multiplicaban.

Juanito Guedes, desde muy corta edad, tenía un aura especial y una facilidad fuera de lo común para hacer amigos. Todos buscaban su compañía, un liderazgo que él aceptaba sin pretenderlo ni proponérselo.

 

Muy pronto los alumnos de diferentes cursos y edades que vivían a lo largo del camino se citaban en el antiguo campo del Lomo con el propósito de jugar un encuentro antes de entrar al colegio.

Juanito Guedes pasaba de la niñez y protección familiar a la vida grupal y el mundo de los adultos.

 

Foto clásica de la época. Juanito Guedes posa para la cámara con el libro abierto por las páginas centrales. Al fondo de la imagen, en la pared, el mapa de España.

 

Juanito Guedes y Paco Jiménez formando con el equipo infantil Rehoya.

Los niños de aquellos años vivían en un entorno que comparado con el actual era de una inocencia adánica.

De igual forma, por las tardes, al terminar las clases, volvían a jugar otro partido en el mismo campo.

Los padrinos de Juan y de su hermana Carmen, dado que no había construcciones cercanas, podían divisar la figura del niño a lo lejos abducido por su pasión favorita.

Las Rehoyas Altas era en los años cuarenta una enorme llanura sin edificios.

El campo del Lomo quedaba a lo alto rodeado de plantaciones y muchas tardes el niño en el fragor de aquellos apasionantes duelos, olvidaba el regreso a casa.

 

 

En aquel centro de enseñanza al que tanto fervor profesaría Juanito Guedes a lo largo de su vida, se alineaba por primera vez en un equipo de verdad que participaba en ligas infantiles escolares con los demás colegios de la ciudad.

El niño no cabía de gozo vistiendo aquellos colores del equipo de San Vicente Paúl que vestían con camisetas verdes y pantalón blanco en el antiguo campo del Lomo.

 

 

 

 

 

No obstante sus primeras patadas a un balón habían sido previamente en los solares colindantes a su casa y en los estanques de barro de Pedro Infinito y La Paterna.

 

 

 

Juanito Guedes mostrando un trofeo conseguido en el colegio de San Vicente Paúl.

 

Juanito Guedes, en una foto retrospectiva, mostrando orgulloso su trofeo.

 

 

Su padrino José, meticuloso y exigente en la educación del chico le reprendía, obligándole a estudiar, pero los deberes escolares fueron siempre para Juanito una pesada carga.

El edificio del colegio era como el de todos los centros religiosos de la época, con pórticos, de gruesas columnas y luminoso patio interior rodeado de aulas y de una pequeña ermita donde se rezaba al final de la jornada el Santo Rosario.

 

Por regla general, eran construcciones de dos plantas y azotea. Cuando el recreo tenía lugar en lo alto del edificio los niños podían divisar aquellas doradas puestas de sol que centelleaban sobre una tierra rojiza que abarcaba desde Los Tarahales a Tamaraceite.

Las reprimendas de los profesores resonaban por los largos pasillos del centro cada vez que el niño era sorprendido contemplando ensimismado a los alumnos de los cursos superiores jugando en el amplio patio con la lógica algarabía y entusiasmo.

 

En aquellos años cuarenta y cincuenta, imperaba el nacional catolicismo, y los Padres Paúles aprovechaban cualquier momento para la oración, en particular la hora del Ángelus, con el clásico repicar de las campanas.

Los padrinos de Juanito eran de profundas convicciones religiosas educándole en base a leyes y principios morales donde prevalecía el valor a la palabra dada y la importancia de la oración.

El niño solía colaborar con la iglesia de San Vicente Paúl en Lomo Apolinario como monaguillo.

 

 

En la imagen, Juanito Guedes con un compañero de clase en sus labores como monaguillo en la iglesia de San Vicente Paúl.
Juanito Guedes, encabezando la comitiva antes de dar comienzo la procesión magna en la iglesia de San Vicente Paúl.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La liturgia de la palabra al comenzar la eucaristía, no la entendía al oficiarse las misas en latín. Tampoco le apasionaban las lentas, cansinas y monocordes homilías o sermones incendiarios que tanto nos culpabilizaban en la época, aunque fueran en lengua castellana.

Sin embargo, llegado el momento de la consagración, el niño Juan sentía una desbordante alegría que exteriorizaba sin rubor. Cuando el sacerdote, dirigiéndose a los feligreses de la parroquia, hacía referencia a las palabras de Jesús en la Última Cena llegada la Pascua y decía con firmeza: “Tomad y comed todos de él porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”, al levantar la hostia al igual que con posterioridad el cáliz con el vino, el niño hacía repicar las campanillas con ardor y con sonrisa pícara, tratando de atraer la atención de sus familiares y amigos que allí se congregaban.

 


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