CAPÍTULO IX
e niño, las mujeres que frecuentaban las fincas desde Los Tarahales al Lomo Apolinario venían a lavar sus prendas de ropa en el agua pura y cristalina que bajaba por las acequias hasta las cantoneras.
Después portaban aquellos pesados barreños que amortiguaban con un paño anudado a la cabeza haciendo equilibrio por estrechos atajos y senderos hasta llegar a sus humildes hogares.
Juanito y sus amigos se escondían entre los arbustos, cañas y matorrales, taponando las acequias con piedras y lajas por donde corría el líquido elemento. Las lavanderas observaban cómo sus prendas, impregnadas de jabón ‘Swanston’ de la época que les daba un delicioso aroma y fragancia, quedaban atrapadas en medio de una abundante espuma.
Los niños, tras el alboroto y las maldiciones pronunciadas por las lavanderas, quitaban de nuevo las piedras y el agua volvía a correr por su cauce natural al son del dulce trinar de las hermosas y saltarinas alpispas, mientras los traviesos infractores corrían ladera abajo.
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