CORREA

JOSÉ CRISTÓBAL CORREA

Bajo la Ratio Studiorum

 

 

José Cristóbal Correa, símbolo y metáfora de la cultura futbolística

 

 

 

 

egún se recoge en el libro publicado por el sacerdote Agustín Castro Merelló, sobre la vida de Los Jesuitas de San Ignacio de Loyola en Canarias, después de muchas vicisitudes y expulsiones retomarían su actividad con los denominados Padres Vascos.

El colegio se estructuró en torno a las líneas pedagógicas de la Ratio Studiorum, que viene a ser la denominación del título que recogían el método y la organización de los estudios y de los colegios de la compañía.

 

 

Fachada principal del colegio de Los Jesuitas de San Ignacio de Loyola en el señorial barrio de Vegueta.
En la instantánea, aquel viejo patio que, como el de lo demás colegios de la época, estaba rodeado de pilastras toscanas donde un grupo de colegiales en el fragor de la batalla daban rienda suelta a sus ilusiones, emulando a los ídolos futbolísticos de antaño.

 

En la imagen, los componentes del equipo de la Real Sociedad de San Sebastián posando en la puerta principal del colegio de Los Jesuitas en la época de los Padres Vascos (1951/52).

 

José Cristóbal Correa, se educaría bajo la tutela de la época de los Padres Vascos en la década de los cincuenta y fue en el antiguo y añorado edificio, en aquel campo de alquitrán que hacía las funciones de patio de colegio, donde José Cristóbal Correa comenzaría sus pinitos futbolísticos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Trabajadores de la construcción alquitranando el patio principal del colegio de Los Jesuitas

 

 

ACTIVIDADES ESCOLARES EN PATIO DEL COLEGIO AÑO 1944

¡Prietas las filas impasible el ademán! Así rezaban aquellos niños del régimen en el patio de Los Jesuitas antes de comenzar la educación física.

 

Los niños del colegio de Los Jesuitas haciendo fila antes de entrar a las clases.

 

Las fiestas de San Ignacio de Loyola. En la imagen tres sacerdotes de la época de los Padres Vascos implantan su pedagogía cultural y festiva a algunos niños en relación a los papa huevos.

 

Con posterioridad y tras un corto periplo en clubes infantiles como el San Diego de Alcalá, San Lázaro o Porteño, ingresaría en el club de su vida: Sporting de San José. Residía en la calle de los balcones del señorial barrio de Vegueta, fichando en el equipo Joselito de La Portadilla, club histórico que tenía su Sede Social en la calle Pedro Díaz. La llamada de Luis Molowny para integrar la Selección Juvenil en la temporada 1960-61 le daría la oportunidad de conocer por primera vez a Juanito Guedes, con quien establecería una gran amistad y corriente de simpatía que duraría hasta el fallecimiento del malogrado jugador de Las Rehoyas Altas.

José Cristóbal Correa, era un jugador monárquico, dotado de unas cualidades excepcionales para el balompié, aunque aceptando la consideración que toda vida humana debe ser contada y reconociendo su singular forma de ser, a Juanito Guedes siempre le costó entender cómo un futbolista de la dimensión y clase de Correa no fuera indiscutible en la alineación titular manifestando su opinión en múltiples ocasiones.

Juanito Guedes era una persona que no toleraba los abusos y detestaba la doble moral. De igual forma, José Cristóbal Correa era indomable antes los abusos de poder  y de aquellas personas que intentaban sentar principios de autoridad. Ambos llamaban las cosas por su nombre.

 

José Cristóbal Correa: ecuación exacta del arte y la ciencia

De forma análoga su fútbol tenía un marcado carácter polifónico. Eran jugadores de mente transgresora. Juanito Guedes, José Cristóbal Correa y Germán Dévora, en la década de los sesenta ocupaban el centro neurálgico del terreno de juego desde donde desarrollaban todo el entramado táctico del juego de nuestro equipo.

Tanto José Cristóbal Correa como Juanito Guedes están entre los jugadores más geniales de toda la historia del club. En el caso de Correa su imprevisible juego asombraba desde muy niño a propios y extraños, especialmente a sus compañeros de equipo, que al igual que Juanito Guedes lo consideraban un genio del fútbol.

 

José Cristóbal Correa, máximo exponente del futbol ilustrado, era un verdadero ídolo de multitudes, llevando consigo una heráldica difícil de olvidar.

 

Correa buscaba el juego asociativo y protegía el balón como pocos, efectuando pases magistrales mirando al lado opuesto como no se había visto antes, electrizando a las masas. Tenía, además, una mente preclara adivinando la jugada antes de iniciarse. Al no aceptar caudillismos o imposiciones a ultranza, máxime cuando éstas eran utilizadas con un lenguaje incendiario y en presencia de sus compañeros, tuvo muchos problemas con entrenadores como Rosendo Hernández, que tras ser titular indiscutible y uno de los jugadores más destacados del equipo, lo condenaría al ostracismo.

 

 

En la instantánea el jugador amarillo José Cristóbal Correa en un remate en la portería del guardameta levantino Rodri.

 

 

Rosendo Hernández, un entrenador orgánico, racial y con lenguaje incendiario dentro del terreno de juego. Fuera de él se producía una metamorfosis sustancial arropando a los jugadores en sus problemas con la entidad.

Los artistas o genios del balón son por lo general discontinuos. En ocasiones parecía ausente para de pronto resurgir con una jugada genial y poner el graderío a sus pies. Sin lugar a dudas, al igual que Juanito Guedes, José Cristóbal Correa es uno de los mayores exponentes del fútbol canario de todos los tiempos.

Al igual que muchos jugadores de excepcional técnica, no concebía el fútbol como un esfuerzo o sufrimiento sino como divertimento, una especie de comunión con lo sublime o inefable.

Tanto Juanito Guedes como José Cristóbal Correa se complementaban en el terreno de juego. El fútbol de ambos se distinguía por su armonioso equilibrio.

En Juanito Guedes había una especie de consciencia cósmica y en Correa un juego combinativo donde hacía partícipes al resto de sus compañeros de ataque. José Cristóbal Correa es considerado hoy en día auténtico embajador por excelencia de todos aquellos niños que han formado parte del equipo de Los Jesuitas de San Ignacio de Loyola a lo largo de la historia.

El cineasta Luis Buñuel solía decir que el elemento esencial del arte era el misterio.

José Cristóbal Correa era un jugador que te ofrecía lo imprevisible. En su juego no había automatismos de ensayo sino la sorpresa y el enigma.

José Cristóbal Correa nos dice de Juanito Guedes: «Antes de comenzar los entrenamientos en la época de Rosendo Hernández (1962-63) solíamos liarnos un pitillo. Él fumaba Mecánico amarillo que era muy fuerte para mí. De igual forma yo también fumaba cigarrillo negro, pero era mucho más suave. Recuerdo que se llamaba ‘Progreso’ y a Juanito Guedes le encantaba.

Me parece aún ver la cara de Juan sonriendo al decirme: “como tú no puedes fumar mecánico amarillo me das un progreso de los tuyos y se acaba el problema”.

Cuando quedaban solo tres jornadas para terminar la temporada 1966-67, el equipo estaba en una situación muy peligrosa. Se cesa a Juanito Ochoa y se contrata los servicios de Luis Molowny, quien se convierte en el salvador del equipo.

Al comenzar la temporada siguiente decide incorporar al jugador tinerfeño Gilberto II porque, según su criterio, tenía exceso de centro campistas: Germán, Juanito Guedes, yo y Pepe Juan Martínez…

Según sus comentarios, le faltaba un peón de brega que batallara en el centro del campo, no exento de calidad. El jugador Gilberto II había realizado grandes campañas con el C. D. Tenerife y era un futbolista formidable, con mucha capacidad de recorrido y de recuperación.

Yo era compatible con su forma de jugar y el equipo no tenía un gran banquillo, pero su decisión de traspasarme al Tenerife ya estaba tomada.

En puridad, fue un duro golpe para mí que me afectaría muchísimo a lo largo de mi trayectoria profesional. El Tenerife era un club que por aquellos años no vivía sus mejores momentos, militando en segunda división.

Aquella inesperada decisión de Luis Molowny y la aceptación de la junta directiva me hizo mucho daño, tanto en lo moral como en lo deportivo. Yo estudiaba derecho y tenía novia, familia y a mis amigos. Todo mi entorno estaba aquí. El marcharme a Tenerife me perjudicaba ostensiblemente en todos los sentidos.

Algunos clubes de Primera División, como se puede apreciar en los documentos de los archivos del club se habían venido interesando por mis servicios y Jesús García Panasco luchaba lo indecible por no dejarme salir desde mi época de juveniles. Mi autoestima bajó considerablemente y perdí la ilusión por seguir jugando en el fútbol profesional. Recuerdo que a Juanito Guedes le afectó mi salida tanto como a mí, llamándome constantemente para darme moral y diciéndome que no podía entenderlo dado que Juan, Germán y yo habíamos jugado siempre como organizadores en el centro del campo y la llegada de Gilberto II nos beneficiaba a todos.

Alineación de la U.D. Las Palmas ante el Atlético de Madrid en la temporada 1964-65. De izquierda a derecha, de pie: Oregui, Ardura, Tonono, José Luis, Castellano Guedes. De rodillas: Gilberto I, Correa, Germán, Lizani y Vegazo.

 

 

Con el paso de los años, cuando me incorporé a la disciplina del Atlético de Madrid, coincidimos en el aeropuerto de Barajas. Yo estaba con los compañeros del Atlético que íbamos a jugar un partido de Copa y él venía de una convocatoria con la Selección Absoluta. La alegría fue inmensa. Conocía a mis compañeros mejor que yo, de tantas veces que había sido preseleccionado. Todos le querían muchísimo y lo tenían en gran consideración. Cuando le ofrecí de bromas un pitillo me dijo que hacía tiempo que había dejado de fumar».

Su juego creativo le confería ese grado de sublimación. Se daba la circunstancia que ambos cumplían el 2 de octubre, aunque Juanito Guedes había nacido en 1942 y Correa en 1944.

José Cristóbal Correa continua el relato: “Conocí a Juanito Guedes en la Selección Juvenil, aunque ya nos habíamos enfrentado en equipos no federados y de categoría de adheridos.

 

Los jugadores Grisaleña, Batista, Samper, Juanito Guedes y José Cristóbal Correa durante su etapa en la Selección Juvenil de Las Palmas, dirigida por Luis Molowny.

 

Por otra parte, yo estudiaba en los Jesuitas y él durante un tiempo estudiaba en la Escuela de Comercio, y en ocasiones nos veíamos. También con anterioridad nos habíamos enfrentado en equipos infantiles, entre ellos el Porteño. Cuando compartimos la Selección Juvenil teníamos un equipo de fábula, pero de nuevo caeríamos injustamente ante la Selección Juvenil de Tenerife, en un partido donde nos pitaron otro penalti teniendo que jugar una prorroga que prefiero olvidar. Luego, ya en el primer equipo, con el respeto debido a todos los compañeros, Juanito Guedes fue siempre el futbolista que más admiré.

José Cristóbal Correa, en un partido nocturno en el Estadio Insular.

Sé, perdonando la inmodestia, que era una admiración y respeto mutuo ya que no solo me lo dicen sus familiares y amigos más cercanos sino él mismo en muchas ocasiones.

De Juanito Guedes me impresionaba todo. No sólo eran sus excelentes pases en largo, como yo no he visto a nadie hacerlo, sobre todo viéndolo día a día en los entrenamientos. Todos podemos destacar en nuestra demarcación o similares en momentos determinados, pero cubrir todo el terreno de juego como él lo hacía y además convertirse en un defensa destacado; organizar todo el juego del equipo fundamentalmente por su banda y además destacar con aquella precisión en el tiro es muy difícil encontrar en un jugador.

Todos podemos tener una cualidad especial para una demarcación específica, pero no en todo el terreno de juego con aquella naturalidad. Lo de su valentía y bravura tampoco la he visto en ningún jugador ya que la diferencia estriba en su naturalidad, sin tener que realizar el más mínimo esfuerzo.

Aquella serenidad con que afrontaba situaciones de peligro, era digna de presenciar. Era un futbolista integral que no se arrugaba ante nadie por muchos futbolistas que hubiesen a su alrededor. Entre más grande era la adversidad, más sereno lo veías, sobre todo actuando lejos de nuestro feudo. Aún recuerdo un encuentro en el Estadio de Sarriá ante el R.C.D. Español, donde le hizo una dura entrada al extremo José María a ras de césped. El extremo españolista era muy rápido y habilidoso y te podía dejar en evidencia con sus florituras. La entrada fue contundente, aunque al balón. El jugador españolista fue el último en tocar el esférico saliendo a banda.

A efectos de impresionar al colegiado y al público que estaba en la misma raya, José María exageró la caída mostrando gestos de dolor con la intención de que todos los aficionados del español increparan a Juanito Guedes, como así sucedería. No obstante, el colegiado pitó saque de banda a nuestro favor. Yo, que me encontraba cerca de la jugada y viendo la hostilidad del público hacia Juanito Guedes, le grité: “tranquilo Juan, yo saco de banda”. Pero Juan, ante toda la grada, le hace saber al jugador del Español que hacía mucho teatro. Luego, dirigiéndose con paso firme a la raya de banda donde los espectadores estaban de pie insultándole, él, como si nada ocurriera antes de coger el balón, se queda mirando a la grada preguntando -¿qué les pasa a ustedes? Luego, lentamente, se agacha a coger el balón y se vuelve de nuevo a la grada mirándolos antes de proceder a sacar.

El público tiraba objetos y el abucheo era ensordecedor, pero como si no fuera con él la cosa, me lanza el balón. Recuerdo que por un momento el público quedó en silencio sorprendido ante aquella actitud. Luego, reaccionaron y continuaron pitándole durante todo el encuentro. Juan se crecía ante la adversidad y aquel fue uno de los grandes encuentros que le recuerdo. Aquel gesto de valentía me enseñaría a sobreponerme ante las situaciones adversas.

Sin embargo, cuando en el Estadio Insular, el público nos pitaba, Juanito Guedes se sentía profundamente herido. No comprendía cómo tu propio público, que debía de darte ánimo en todo momento, gritara a sus propios jugadores y en más de una ocasión pediría a la afición que tuvieran mayor tolerancia con los jóvenes.

 

 

 

 

 

 

18 de abril de 1965

 

En la instantánea, la formación de la U.D. Las Palmas en la temporada 64/65, ante el R.C. Español: Oregui, Aparicio, Tonono, Castellano, Óscar, Collar y Niz. De rodillas: Vegazo, Gilberto I, Germán, Correa y León.

 

Formación de R.C. Español en el Estadio Insular: Carmelo, J. Manuel, Bartolo, Barnils, Bergara y Riera. De rodillas: Di Stefano, Valls, Idigoras, Jesús y Tejada.

 

 

EL IMÁN DE JUANITO GUEDES

Los ex jugadores de la U.D. Las Palmas, Manolo Cabrera y José Cristóbal Correa, militando ahora en las filas del Rayo Vallecano y Atletico de Madrid, posando para la cámara en el campo de Vallecas, en un encuentro de Copa del Generalísimo.

 

 

Siempre me he preguntado sin obtener respuesta. Todos los balones despejados por el equipo contrario en cualquier demarcación del campo parecían venir a sus pies. Aquel control y dominio del espacio tenían que venir precedidos de una gran intuición para saber el lugar exacto donde caía el balón y es que Juan poseía un gran sentido de la colocación en el rectángulo de juego y miraba cada gesto del jugador contrario que iba a lanzar el balón.

Muchos jugadores intentaron imitarlo pero fracasarían en el intento. Él nos decía que no había ningún secreto, que el campo tenía unas medidas y los jugadores solo tenían dos piernas. ¡Qué sencillo resultaba para él y qué difícil para nosotros!

De igual forma, en mi vida deportiva he visto muchos futbolistas que efectuaban grandes desplazamientos de balón, sobre todo por alto, pero nunca un futbolista que desplazara el esférico a ras del césped desde la defensa al extremo con una velocidad diabólica, tanto en horizontal como en vertical. Juanito Guedes nos hacía mejores jugadores a todos los demás.

 

 

JUANITO GUEDES Y JOSÉ CRISTÓBAL CORREA, DOS JUGADORES DE CULTO,

SALDAN SUS DIFERENCIAS EN UN ENTRENAMIENTO, SIENDO  SANCIONADOS POR EL CLUB

Equipo de la U.D. Las Palmas que ganaría con todos los honores por dos tantos a uno al F.C. Barcelona en la temporada 1965/66, en el Estadio Insular. De izquierda a derecha, de pie: Ulacia, Martín I, Tonono, José Luis, Correa y Niz. De rodillas: Toni, Correa, Gilberto I, Guedes y León.

Entrenábamos en el Estadio Insular con el técnico Vicente Dauder. Yo había venido formando con la alineación titular desde el primer encuentro de Liga en nuestro debut ante el Barcelona, dando un buen rendimiento a tenor de la afición y crítica especializada. De pronto, sin saber las razones, me relegan a la suplencia. La crítica no podía explicárselo ya que me encontraba en un buen momento de forma. Juanito Guedes que formaba conmigo y con Germán en el centro del campo no lo entendía y me pedía que tuviera paciencia dándome ánimos, ponderándome constantemente y diciéndome que todo volvería a su lugar.

Yo me limitaba a esforzarme cada día en los entrenamientos tratando de demostrarle al técnico que tenía un sitio en la alineación titular. No pedía explicaciones dado que me parecía una falta de respeto a mis compañeros, pero a decir verdad tu autoestima baja considerablemente.

Juanito Guedes y yo jugábamos en el centro del campo y al estar entre los suplentes normalmente teníamos que enfrentarnos a los titulares. Como era lógico en el transcurso del encuentro debíamos disputar muchos balones. Juanito Guedes era mi mejor compañero, pero era un jugador que al igual que yo teníamos un carácter fuerte.

Él entraba con mucha contundencia al balón y como solía decir con gracia y sorna: “en el campo no hay amigos”. Tenía una forma muy peculiar de cubrir el balón y con el tren inferior que poseía era extremadamente difícil desbordarlo, máxime con la contundencia y competitividad con que solía ejercitarse en los entrenamientos.

En una ocasión teniendo el balón en mi poder, me entró con las piernas de frente y yo vi la única posibilidad de colarle el balón entre aquellos dos grandes molinos de viento. Fue una acción intuitiva, sin mala intención, y mucho menos dejarlo en evidencia. Fue todo muy rápido y mi única forma de salir airoso de su entrada.

Juanito Guedes quedó algo desequilibrado y yo salí por un lateral con el balón controlado. En realidad, tuve mucha suerte porque lo había cogido a contrapié por su pierna derecha. En el fútbol se producen acciones en ráfagas de segundos donde no tienes tiempo de pensar cómo suceden, y aquel día fue una de ellas.

Ya salvado el obstáculo y cuando me proponía continuar la jugada siento que me entran fuertemente por detrás, cayendo al césped de forma fulminante con un gran dolor en el tobillo. Me levanté a pesar del fuerte golpe y me dirigí a él agrediéndonos mutuamente. Fue cuestión de segundos ya que los compañeros nos separaron al momento. Estos incidentes suelen suceder a menudo en los entrenos de todos los equipos del globo terrestre, pero no sé porqué razón todo lo que tenía que ver con mi persona adquiría una dimensión diferente y proporciones desorbitadas.

Todo lo que se relacionaba con Correa tenía una transcendencia desmesurada.

El entrenador Vicente Dauder estaba algo retirado de la jugada, pero Carmelo Campos que estaba más cerca, viene corriendo increpándome con gestos de forma airada enviándome a vestuarios, mientras que Juanito Guedes permanecía en el terreno de juego, cosa que no entendía ya que había sido supuestamente el agresor en aquella jugada.

Carmelo Campos.

Recuerdo que salí de la cancha llorando de impotencia y ya no recuerdo las palabras que le dije al entrenador auxiliar en mi trayectoria hacia vestuarios. El partidillo proseguiría y al bajar las escalerillas de la caseta pude sentir por las pisadas que alguien me venía siguiendo. Por un momento pensé que era el técnico Vicente Dauder pero cuando me giré para ver su rostro me encuentro a Juanito Guedes, quien con un gesto de gran nobleza, dándome un fuerte abrazo, me dice: “Perdóname hermano. Espérame al final del entrenamiento que esto tenemos que arreglarlo. Tengo que hablar con don Jesús antes que Carmelo Campos le entregue el informe”.

Si otro jugador se hubiese marchado del entrenamiento a consolar a su compañero a su libre albedrío no sé lo que podría haber pasado.

Cuando le advertí, -Juan, regresa al partidillo, que te pueden amonestar-. Su contestación fue la de siempre: “aquí no pasa nada”.

Todos los rectores del club, secretario general, técnicos y demás estamentos tenían hacia él un trato reverencial. Nunca vi a un jugador, por importante que fuera, con esas dotes de mando dentro de la institución ni con una personalidad tan acusada.

Me admiraba la forma y maneras que tenía Juan de dialogar, y su impresionante carisma. No era un hombre ilustrado ni utilizaba vocablos culteranos, no actuaba sentando principios de autoridad. Sin embargo, tenía una simpatía y agilidad mental fuera de lo común. He conocido a muchos jugadores con carreras universitarias y cargos sumamente relevantes a nivel nacional que a la hora de la verdad tenían una actitud lisonjera y medrosa con los estamentos de poder del club, en el caso de Juanito Guedes era todo lo contrario.

Su sentido de la justicia y rectitud estaban siempre presentes y lo de esperar ni se le pasaba por su mente. A su lado te sentías protegido. Quizá debido a ello, todos recurríamos a él en momentos de apuro y situaciones adversas. Recuerdo que lo esperé tras el entrenamiento y nos dirigimos a la vieja sede de Luis Antúnez. Nos salió al paso José Guerra, que era el adjunto a la Secretaria General y el hombre de confianza de don Jesús.

 

Ellos llevaban tiempo juntos y la compenetración era total, diciéndonos que no nos podía recibir dado que estaba en ese momento muy ocupado, pero Juanito Guedes tenía una inteligencia natural y no era nada fácil convencerle.

 

 

 

 

 

 

José Guerra Pérez, adjunto a la secretaría general y primer jefe de archivos del Club.
Jesús García Panasco, secretario general de la UD Las Palmas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me quedé sorprendido cuando apartó a José Guerra y siguió adelante sin apenas inmutarse hasta llegar a la puerta del despacho de don Jesús. Dió un par de toques en la puerta y entró directamente haciéndome pasar. El secretario general quedó algo perplejo, pero era un hombre de grandes recursos con un extremado poder de convicción.

José Cristóbal Correa en las gradas del Estadio Insular.

Juanito Guedes, con voz firme y con una seguridad admirable le dijo: “mire don Jesús, me he tomado el permiso de entrar porque vengo a comentarle un tema que requiere urgencia».

Recuerdo que Juanito se disculparía de una forma muy elegante  y educada,  culpabilizándose de todo lo sucedido en el campo y asumiendo toda la responsabilidad de los hechos.

Yo, sin pronunciar palabra, no daba crédito a lo que oía. El secretario general dirigiéndose a Juan con el mayor de los respetos, nos dijo la frase que con frecuencia solía pronunciar: “¡pase la página!”

Aquel gesto de solidaridad y compañerismo de Juan no lo podré olvidar mientras viva, ya que en el mundo del fútbol lo más frecuente es que cada uno intente solventar sus propios problemas.

El secretario general nos dijo que trataría de convencer al técnico y a Carmelo Campos. Recuerdo igualmente que cuando nos íbamos, el Sr. Guerra nos salió al paso con cara de pocos amigos. Juan, sin evitar su mirada, se dirigió al él con tono amable diciéndole: «perdone si le he podido ofender pero era un caso que requería celeridad y no olvide que un jugador profesional que defiende los intereses de este club siempre debe tener preferencia. Espero su comprensión. Muchas gracias».

Pude observar el gesto del Sr. Guerra entre atónito y enmudecido. Todo se saldaría con un apretón de manos. Todo ello no quita para decir que a las pocas semanas nos llegaba una sanción bastante elevada. He tenido muy buenos compañeros en el mundo del fútbol como en todos los ordenes de la vida, pero el afecto que llegué a sentir por Juanito Guedes era muy especial, unos lazos de amistad y simpatía que trascenderían lo meramente futbolístico.

Se preocupaba por mí en todo momento tratando de darme moral. No estaría bien ni seria ético que dijera aquí cómo me valoraba y qué opinaba de mí con respecto a mi inclusión en el equipo. Su familia y muchos compañeros lo saben y con ello me basta.

Esta admiración era recíproca, ya que para mi Juanito Guedes era el mejor jugador de la U.D. Las Palmas en la época que nos tocó vivir.

Como futbolista se han escrito ríos de tinta. He entrenado con muchos compañeros, sobre todo en el Atlético de Madrid, un club repleto de jugadores internacionales de gran nivel: Adelardo, Collar, Luis Aragonés, Gárate… Ninguno me impresionó tanto como Juanito Guedes. Cuando alargaba las piernas en el centro del campo y te gritaba -¡mía!, tenías que salir de su zona inmediatamente.

Era igualmente un hombre recto de grandes principios y convicciones religiosas. Ello no era óbice para que le gustara divertirse y hacer de las suyas. Me asombraba la facilidad que tenían Juan y Tonono para salir y entrar de las concentraciones con una serenidad impresionante, a menudo he pensado que era imposible no ser vistos con aquella tranquilidad.

Pero ellos por los méritos contraídos tenían indulgencia plena. ¿Quién era el que se atrevía a llamarle la atención a Juanito Guedes o a Tonono? Eran dos auténticos fenómenos en todo lo que hacían.

 

SIN MAS TÍTULO QUE UN ADIÓS. SUS ÚLTIMAS VOLUNTADES

 

 

CORREA ABRIRIA EL CASILLERO CON UN EXCELENTE GOL. Formación de la U.D. Las Palmas que vencería al Athletic de Bilbao por tres tantos a uno (29/11/1964). De izquierda a derecha, de pie: Oregui, Aparicio, Tonono, José Luis, Castellano y Guedes. De rodillas: Gilberto I, Correa, Germán, Lizani y León.

«Leyendo un artículo sobre el primer jugador de la U.D. Las Palmas fallecido en activo, Antonio Vierira -24/4/1951-,  no he podido dejar de rememorar el amargo dolor que sentí tras el fallecimiento de Juanito Guedes. En los últimos momentos de su vida, la familia me pidió que le ayudara en sus últimas voluntades. Yo ya no formaba parte del equipo y trabajaba como oficial de notario. con Jose Díaz Lamana, quien me redactaría el documento.Juan Guedes sabía todo sobre su enfermedad pero era tan valiente y noble que para no preocupar a nadie trataba de ocultar la verdadera realidad y su dolor».

 

José Cristóbal Correa había nacido en la señorial calle de los balcones del barrio de Vegueta. Desde muy corta edad, aquel niño estaba iluminado por un don sobrenatural para la práctica del balompié. Al igual que su ídolo Alfonso Silva, de nuevo el fútbol volvía a entrar por los cauces de un genio y se apoderaba de una época.

Hay jugadores que tienen una dimensión mitológica y llevan en su fútbol de autor una heráldica, un paisaje personal que les identifica. Juanito Guedes y José Cristóbal Correa ilustran esta definición.

José Cristóbal Correa dice: «En lo que a mi respecta ha sido el jugador más completo de todos los equipos donde yo he militado, incluyendo el Atlético de Madrid.

La presencia de Juanito Guedes en el terreno de juego imponía de tal manera que te hacía sentir seguro en todo momento. Te daba ese punto de confianza y de valentía que en ocasiones necesitabas. No paraba de hablar y gesticular en todo el encuentro, levantándote el ánimo cuando tenías un día aciago. En ocasiones me hacía reír cuando en partidos importantes ante grandes equipos, antes de sacar en el pitido inicial me decía: -todos los que ves aquí frente a ti ya quisieran tener la mitad de las condiciones futbolísticas que tú atesoras. Hoy nos vas a enseñar a todos cómo se juega a fútbol. Yo me lo tomaba a broma porque sabía que su intención era subirme la moral y la autoestima. Me conocía perfectamente y sabía que los silbidos de la afición me afectaban dada mi frágil moral.

Sus palabras me daban una seguridad tan grande que ahora me gustaría poder tener la oportunidad de expresarle mi agradecimiento. En aquellos años era muy joven y le decía cualquier cosa para que no siguiera ponderándome.

Cuando Juanito Guedes no estaba a mi lado en el centro del campo todo parecía diferente. El equipo bajaba muchos enteros cuando Juan estaba ausente. Al ser un jugador que cubría todas las zonas del campo con aquel juego tan combinativo y arrollador se convertía en medio equipo.

Juanito Guedes era una persona muy sencilla y humilde que huía de todo protagonismo. Es extraño pero nunca le oí hablar de sus éxitos o virtudes futbolísticas al contrario que otros que de alguna u otra forma siempre estaban haciendo referencia a sus logros y a su época.

El prestigio deportivo y social se gana en las pequeñas acciones y en este aspecto tanto Juanito Guedes como Tonono eran paradigmas ejemplarizantes y quizás esa haya sido la razón de ser los jugadores más queridos y respetados por la afición y sociedad en general.

Es verdad que Juanito Guedes tenía su carácter y era una persona que no toleraba los abusos y llamaba a las cosas por su nombre. Quizás por ello nos comprendíamos y  nos llevábamos tan bien. Detestaba la doble moral. Podría enumerar infinidad de ejemplos pero nunca vi a un técnico llamarle la atención.

Un amargo día recibí una llamada telefónica. Al otro lado de la línea, Juanito Guedes delataba su estado ya muy deteriorado, diciéndome: -quiero hacer testamento y nadie mejor que un verdadero amigo como tú para hacerse cargo de mis últimas voluntades-. Todo aquello me parecía tan irreal que no podía articular palabra alguna, limitándome a escucharle atentamente. Estaba muy sereno y resignado y era plenamente consciente de todo lo que sucedía a su alrededor. Cuando nos dijimos adiós y colgó el auricular no pude reprimir las lágrimas. La vida había sido cruel con un muchacho en plena juventud que además dejaba una esposa muy joven y dos hijos muy pequeños. Nunca he podido superar aquella llamada y tan fatídico destino.

En cierta medida no era solamente el ruego de sus últimas voluntades. Comprendí que había llamado para despedirse de mí aunque no lo manifestara.

 

 

JOSÉ CRISTÓBAL CORREA,

UN DIGNO REPRESENTANTE DEL FUTBOL ILUSTRADO