Gilberto I

 

 

 

Natural de los Silos (Tenerife) su fichaje en el club amarillo constituyó toda una odisea.

Gilberto I había nacido un año antes que Juanito Guedes (1941).

En los salones del club de tenis de Ciudad Jardín de marcado carácter británico a pesar del largo tiempo transcurrido desde su inauguración, tiene lugar nuestra cordial y amistosa charla:

“De Juanito Guedes me acuerdo todos los días ya que gran parte de lo que fui en el fútbol, si es que alguna vez fui algo, se lo debo enteramente a él. Sé que mis declaraciones podrán sorprender a muchos aficionados pero es la auténtica realidad.

En aquellos años cincuenta y principios de los sesenta Carmelo Campos lo era todo en la U.D. Las Palmas.

Cuando el equipo viajaba a la península, él se quedaba con el resto de los jugadores. Algunos estaban en el proceso de una lesión, otros eran suplentes o no jugaban con asiduidad y también había chicos en el periodo de formación que entrenaban con el primer equipo.

Algunos aficionados solían denominarlos como “La vela chica”, otros el equipo B o simplemente los jugadores suplentes.

Carmelo Campos cada vez que podía frecuentaba la isla de Tenerife donde tenia captadores que solían ir a todos los campos. De esta forma se incorporaban chicos como Sánchez, Tacoronte, Evaristo, Lorenzo, Martín, José Juan, Gilberto II…

Me había venido siguiendo y un buen día teniendo todo ya arreglado con mi club, me dijo que lo esperara que el vendría a buscarme. Cuando le sugerí que no se preocupara que yo podía ir solo pude oir al otro lado del teléfono en voz grave y tajante

¡Cállese y haga lo que le digo o lo dejo en su tierra!

Carmelo Campos era un buen hombre al que debo mucho pero tenia un carácter muy fuerte.

Me dijo que tendría que ocultarme en la bodega de un correillo dado que había muchos clubes que me querían y aún no había nada firmado. Yo no salía de mi asombro pero cualquiera se atrevía a llevarle la contraria.

Los compañeros solíamos reírnos mucho con su forma de ser y actuar.

Cuando organizaba una pachanga y se ponía en uno de los banos tenia que ganar como fuera, ya que si iba perdiendo nos podía dar la noche hasta que se equipo pudiera vencernos.

Nosotros como ya lo conocíamos lo dejábamos o le dábamos bromas, algunas de ellas muy simpáticas.

Yo residía como la mayoría de jugadores foráneos en la pensión de Dª Dolores en la Calle General Vives. Aquel matrimonio seria para mi inolvidable.

Sabían que había venido del Juventud Silense y su comportamiento era el de unos auténticos padres.

Como futbolista nunca me he considerado una figura pero sabia explotar mis virtudes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Era un jugador explosivo con un sprint muy rápido y una de mis habilidades era saber parar en seco cuando iba en carrera como tantas veces – salvando las diferencias- había visto a Gento.

Los contrarios seguían en carrera perdiendo el equilibrio, ocasión que aprovechaba para centrar o entrar en el área y disparar con gran potencia.

Cuando debuté ante el Jaén y en mis comienzos solía ocupar la demarcación de delantero centro.

Juanito Guedes que era muy observador, un día me dijo:

“Eres un buen jugador, pero serias mejor si jugaras de extremo. Por tu velocidad y potencia de disparo yo podría darte asistencias con ventaja y llevarías mucho más peligro al área. De delantero te ves obligado al regate y al final no ves sino piernas en el área y que todos los equipos vienen a defenderse. Yo no puedo explotar tus virtudes dado que estas en el centro rodeado de contrarios”.

La afición me tenia un gran cariño ya que eran plenamente conscientes de mi entrega y pundonor aunque algunas veces no estabas inspirado y te salía todo al revés.

 

Juanito Guedes siempre me estaba danto bromas. Yo le decía:

¡soy mayor que tu un año y no paras de dar órdenes!, él se reía y me llamaba nariz. Nos conocíamos a la perfección en el campo y cuando me gritaba ¡Nariz! Yo ya sabia de donde me iba a venir el balón.

Recuerdo cuando llegué en 1962. Juanito Guedes llevaba dos años en el club y me ayudaba en todo, tanto en lo personal como en lo deportivo. Cuando tenia algún problema o dificultad acudía a Juan y todo quedaba resuelto.

Cuando debuté ante el Jaén con Rosendo Hernández como técnico fuí el autor del único tanto y la U.D. Las Palmas ganaría por la mínima diferencia.

 

Sólo tenia que mirar para Juanito Guedes y ya intuía la jugada a realizar a la perfección.

Como es natural vivir alejado de tu familia, siendo soltero no es nada fácil y mucho menos en aquellos años. Muchos días me entraba en la pensión una gran tristeza acordándome de los míos.

Si a la dificultad de verte solo le añades los insultos continuos que recibía del técnico Rosendo Hernández, la vida se te hace insoportable.

Fueron muchas noches las que no me importa confesar cómo lloraba desconsoladamente en aquella habitación sin poder desahogarme con nadie.

Todos hablan de Juanito Guedes como uno de los grandes futbolistas a nivel nacional y quizá se quedan cortos en su apreciación pero considero que sus valores humanos eran aún superiores y de ello pueden dar fe mis compañeros.

El entrenador Rosendo Hernández me había dado la oportunidad de debutar ante el Jaén y es verdad que contaba siempre conmigo para la alineación titular.

Sin embargo, su nivel de exigencia era desmedido.

Se extralimitaba en sus funciones llegando al insulto personal dándome gritos con el estadio a puertas abiertas, delante de todos los aficionados.

Algunos hacían mofa de mi y las humillaciones y vejaciones eran continuas.

Aquel abuso y maltrato me ponía tan nervioso que no daba una a derechas. Salía del campo aguantándome las lágrimas y así, un día tras otro, hasta que en las paredes de aquella pensión de Dª Dolores pensé en marcharme y retirarme del fútbol.

Los insultos y gritos iban en aumento y mi autoestima como jugador y persona habían caído tan bajo que no pude evitar las lágrimas al terminar el entrenamiento. Juanito Guedes que era muy observador acudió a mí pero yo no podía articular palabra y seguí mi camino hacia los vestuarios.

Entonces mirándome fijamente y viendo mi estado dijo: “¡Ya está bien, esto lo voy a terminar enseguida!”

Cuando el técnico que aún estaba en una esquina del campo oyó a Juanito Guedes decile: “Espere un momento. ¡Quiero hablar con Usted! Se quedaría esperando extrañado a la llegada de Juan.

 

 

Luego, cuando yo ya estaba en vestuarios, Carmelo Campos me dijo que me tranquilizara, que Juanito Guedes estaba discutiendo con Rosendo Hernández sobre mi persona.

Yo estaba ya vestido y dispuesto a marcharme cuando vi entrar a Juanito Guedes quien me haría saber que el técnico me esperaba.

Cuando Rosendo Hernández me vio llegar, me dijo que me sentara y tranquilizara. Luego, me diría:

“Mire Gilberto, si pongo tanto énfasis en su aprendizaje es porque se que Usted es un buen jugador y quiero que triunfe en el mundo del fútbol. Si Usted no me importara como algún otro no le diría nada. Sé que tengo un pronto muy fuerte y le pido disculpas, pero créame que lo hago por su bien. Se puede Usted retirar”.

Cuando salí de mi charla con Rosendo acudí a vestuarios a ver a Juan pero ya se había marchado con Espino y Tonono.

Al día siguiente cuando le di las gracias me dijo en tono bromista: “Pero ¿De qué me estás hablando? Yo no le he dicho nada a nadie”.

Cuando comenzó el entrenamiento Rosendo me llamó y con cordialidad me dijo: “Gilberto hoy quiero verlo a Usted en banda izquierda, espero que tenga suerte y acuérdese de una cosa ¡Con el corazón no se juega, se juega con la cabeza!

Hacia mucho tiempo que no disfrutaba del fútbol como ese día. Recuerdo que me encontraba muy cómodo en la demarcación de extremo marcando tres goles. Recuerdo a Juanito Guedes gritándome: ¡toma nariz! Me ponía unos pases milimétricos que me dejaban en una posición muy favorable de cara al marco contrario.

Mirándolo todo con la perspectiva del tiempo, pienso que yo me habría retirado del fútbol ya que lo tenia todo decidido.

Juanito Guedes nunca me diría las palabras que pudo tener con Rosendo Hernández, pero lo cierto es que tenia una personalidad arrolladora. Nunca lo podré olvidar.