EL PUNDONOR DE SANTIAGO ESPINO
Jugador tafireño de auténtica raza y valentía, insuflaba constantemente ánimos con sus gritos de guerra y aliento continuo. Se hizo muy popular la frase que le profirió a un compañero de equipo al comprobar su indolente actitud. Atravesando toda la línea del campo, se dirigió a él mirándole fijamente y con no muy buen tono, le espetó: ¡aquí no se viene a pasear, sude usted la camiseta!
Aún perdura en mi memoria aquel brotar del agua fresca y cristalina de la cantonera y acequia de Tafira Baja. Era el punto logístico principal de todos los que residían en aquel barrio de clase trabajadora al que denominaban barrio de Quilmes.
Los jornaleros trabajaban mayormente en las fincas de las familias hacendadas. Al pasar la cantonera del Medio Pañuelo, se encontraba el estanque de ‘La Palmita’, un estanque de barro que se convertiría en el terreno de juego de todos los que vivían en aquellos hermosos parajes.
El estanque de La Palmita daba a la carretera del centro, separado por un pequeño muro y una acequia donde los jugadores se lavaban tras los partidos disputados. El campo era de dimensiones pequeñas, pero al estar rodeado de un pequeño montículo podía albergar a un buen número de espectadores. El terreno lindaba con la finca de Bruno Naranjo, donde trabajaba la familia de Santiago Espino.
Su padre, Manolito, era el encargado de la finca y todos colaboraban en cierta medida en ella, ya fuera con la ganadería o en el sembrado y cultivos en ese bucólico entorno. Teniendo el terreno de juego tan cerca de su casa era natural que pasara todas sus horas libres adiestrándose con el balón junto a sus compañeros del Quilmes.
Muy pronto sus excelentes condiciones en aquellos campeonatos de adheridos y sus portentosas facultades físicas llegarían a los captadores de equipos como el Juvenil Marino o el regional R.C. Victoria al que tras la fusión le llamaban Aviación.
José Sánchez, que había sido delegado de enlace en la etapa fundacional del club amarillo recomendaría el jugador a la U.D. Las Palmas pero Satur Grech y Luis Valle, aunque creían en las condiciones del jugador, argumentaron que estaba aún muy verde y que le faltaba rodaje, pero Santiago Espino siguió destacando en todos los encuentros dado su enorme poder físico y facilidad goleadora. Tras una fenomenal campaña con el Nuevo Club y el Aviación los aficionados y la prensa en general comenzaron a pedir a gritos su fichaje.
El debut de Santiago Espino se produciría en la temporada 1959-60 con la llegada del técnico francés Marcel Domingo, quien le daría su gran oportunidad en el primer partido de Liga ante el Atlético de Madrid. Aquella temporada se habían producido muchas bajas y sería realmente nefasta para nuestro equipo descendiendo a Segunda División por segunda vez en la historia del club.
La directiva de la U.D. Las Palmas presidida por Juan Trujillo Febles, que comenzaba sus primeros años como mandatario del club, decide la contratación del técnico Casimiro Benavente, quien se inclina por fichar a un gran número de jugadores foráneos quienes, salvo algunas excepciones, no aportaban un alto rendimiento a la entidad.
En el ecuador de esa primera temporada en Segunda División (1960-61), el último fichaje fue el de Juanito Guedes, un chico espigado y de gran zurda que venía avalado por sus excelentes actuaciones en el Porteño de categoría regional. Aún en edad juvenil sería llamado por Eusebio Martín a la Selección Nacional Juvenil a efectos de participar en el torneo de la U.E.F.A. En la actualidad, Santiago Espino, ya octogenario y visiblemente emocionado no se encuentra cómodo al hablar de su mejor amigo:
“Lo recuerdo como si estuviera aquí, delante de mi persona. En realidad nunca he podido olvidarlo.
Cuando llegó al primer entrenamiento lo traje hacia mí advirtiéndole que en el equipo habían jugadores veteranos que les gustaba dar bromas pesadas. Me percaté enseguida que era un chico de familia humilde, en su cara reflejaba nobleza y sinceridad.
Mirándole fijamente le dije:
“Juan, siga mis consejos y no se separe mucho de mí que yo estoy aquí para ayudarle. Recuerdo que con una amplia sonrisa me respondió: “agradezco mucho sus consejos, pero no se preocupe que no me va a pasar nada. He pasado mucho tiempo en la calle y desde pequeño he sabido cuidar de mí mismo”.
Casimiro Benavente tenía una gran confianza en mi persona, y me comentaba con frecuencia todo lo que pensaba llevar a cabo. Me dijo en el partidillo que iba a ponerlo en la media para comprobar sus aptitudes.
Yo, que venía jugando en la delantera, y de hecho aquella temporada fui el máximo realizador del equipo, le pedí que en aquel entrenamiento me pusiera en la medular con el chico. Cuando comenzó a rodar el balón me quedé realmente sorprendido, no sólo eran aquellos desplazamientos de balón que yo no había visto nunca, sino su presencia en el campo entrando a todos los balones con una fuerza y contundencia impropia para su edad.
Cuando terminó el entrenamiento le dije a Casimiro Benavente: “hemos fichado a un fuera de serie”.
Desde ese mismo día nos haríamos inseparables. Algunos compañeros nos daban bromas llamándonos ‘los campesinos’, porque en aquel entonces todo el que no viviera en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria era considerado una persona que venía del campo.
Boda de Santiago Espino. En la imagen, en la celebración con sus familiares y amigos entre los que se encuentra Juanito Guedes.
Me dijo que residía con sus padrinos en un lugar llamado el Alto de Los Leones, una localidad desértica en los principios de los sesenta y que yo no conocía ni de oídas. También, que al vivir sus padres en el sur de la isla los visitaba con frecuencia. Como era muy joven y aún no tenía coche, cuando terminábamos de entrenar nos marchábamos a almorzar a casa de sus padres en el Carrizal donde vivían todos sus hermanos, que normalmente estaban trabajando todos en la empresa de Los Betancores. Su madre era una buena mujer y todas las semanas cuando íbamos a aquella casa humilde en el Carrizal se desvivía por atendernos. Juan me reiteraba que cuando le aumentaran la ficha lo primero que haría sería comprarles una casa.
El Carrizal era un pueblo muy pequeño y todos sus moradores nos conocían y salían de sus casas a saludarnos. Pepe Montesdeoca, era muy amigo de Juan y muchas veces cuando el trabajo se lo permitía venía con nosotros acompañado por su inseparable guitarra. Nosotros después de desayunar nos paseábamos por el pueblo, recuerdo que Juan era un apasionado del mar. Nada le gustaba más que una playa y zambullirse en el mar. Pero a nosotros nos tenían prohibido bañarnos o tomar el sol y nos conformábamos con meternos en cualquier tasca a tomarnos un aperitivo.
Cuando Pepe Montesdeoca podía venir con nosotros no faltaban las folías y las isas, que tocaba y cantaba espléndidamente. Lo gracioso del caso es que a cualquier lugar que fuéramos nos dedicaba un estribillo. Cuando estábamos en el Carrizal solía cantar la canción de Mary Sánchez que decía:
¡Pueblos de mágicos sueños
yo les brindo este cantar!
¡Ay!, ¡yo les brindo este cantar
Sardina, Agüimes, Ingenio
y el chiquito Carrizal!
También recuerdo otro que versaba de la forma siguiente:
“Allá por los años cincuenta
Néstor Álamo las escribió
¡Ay, las escribió!
en la voz de Mary Sánchez,
el pueblo las conoció”
Él nos había hablado muchos de Néstor Álamo y la que había sido su verdadera musa y mejor intérprete, Mary Sánchez. En la década de los cincuenta Néstor Álamo había grabado para ella la mayoría de las canciones incluidas las de Teror.
Cada vez que regresaban del extranjero la expectación era enorme.
Después yo dejaba a Juan en casa de sus padrinos en Las Rehoyas Altas y por las tardes, si no había entrenamiento solíamos ir con nuestras respectivas parejas a dar un paseo o al cine, que en aquel tiempo nos encantaba y que era de los pocos sitios a los que podíamos ir.
La siesta era para nosotros verdadera religión y en cualquier casa que estuviéramos el reparador sueño nunca nos faltaba. Cuando íbamos a casa de los padrinos de Juan me admiraba la educación y seriedad que tenían. Juan tuvo mucha suerte de vivir con ellos desde tan corta edad porque tanto José como Flora eran personas de una bondad fuera de lo común. Solíamos ir también todas las semanas y pasábamos unos ratos muy agradables.
Como en aquellos años Juan y Georgina eran solteros, en ocasiones conducíamos hasta el paseo de Los Mártires en un lugar de Tamaraceite que llamaban La Montañeta.
La abuela de Georgina nos ponía el desayuno y por su familia llegué a conocer Tamaraceite como la palma de mi mano. Pero donde más tiempo pasábamos era cuando íbamos a mi casa de Tafira Baja. Hay que entender que mis padres vivían dentro de una finca enorme que lindaba con el estanque de La Palmita, terreno de juego donde yo comencé a jugar. Nosotros, a pesar de venir de un entrenamiento con Casimiro Benavente o con posterioridad con Paco Campos, teníamos ropa de deporte en mi casa y una vez desayunábamos nos íbamos al estanque de La Palmita a pelotear. ¡Cómo nos gustaba el fútbol! Nos pasábamos jugando hasta la hora de almorzar. Recuerdo que mi padre ordeñaba una vaca. Después tomábamos en una escudilla leche con gofio, mientras mi madre preparaba la mesa.
Dos vistas de Tafira Baja.
Cuando terminábamos de almorzar, descansábamos un poco hasta la llegada de Gregorio ‘el guardia’. Gregorito era muy popular en toda la isla y muy querido por todos los ciudadanos ya que en tantos años de servicio nunca le puso una multa a ningún conductor. Su lugar de trabajo normalmente era en la calle de Bravo Murillo, que para algunas personas de edad aún sigue llamándose camino nuevo.
Lo de Gregorio era un auténtico espectáculo gesticulando con manos y piernas causando las risas de los transeúntes que sabían premiarlo a la llegada de Navidad con cientos de cestas y de paquetes que venían de los lugares más recónditos de toda la isla. Era necesario la ayuda municipal para despejar la calle de regalos, circunstancia que no se daba con ningún guardia de tráfico de nuestra ciudad.
En mi casa, después de la reparadora siesta y posterior buche de café que preparaba mi madre con aquel aroma que impregnaba la casa, Gregorio el guardia, siempre aparecía en el momento oportuno trayendo con él un balón y un pito. Él no había realizado ningún curso de entrenador y era solamente un entusiasta que había entrenado a equipos infantiles de la zona.
Cuando veíamos Juan y yo de nuevo el balón se nos iban los ojos, caminando de nuevo al estanque de La Palmita, donde Gregorio nos ponía a realizar malabarismos con la cabeza y los pies sin dejar caer el balón. Los pasajeros que subían por la carretera del centro en los piratas y coches de hora miraban sorprendido desde lo alto.
Juan y yo ya éramos populares dado que en aquellos años ser jugador de la U.D. Las Palmas era una plataforma pública. Tal era el caso que los comentarios llegaron a los rectores del club. Nosotros no hacíamos caso porque los entrenamientos en aquellos tiempos no eran como los de hoy, el organismo nos pedía mayor actividad. Al terminar nos íbamos a lugares como los Lagares, hotel Los Frailes, La Atalaya de Santa Brígida, Tafira Baja…
En realidad, desde mi adolescencia cuando veía jugadores como Alfonso Silva, Rafael Mujica, Manolo Torres o Polo no he visto a nadie como Juanito Guedes. Puede que me pierda el gran afecto que le profesaba, pero es que Juanito Guedes no era un jugador de una demarcación sino un futbolista muy completo. Tenía una personalidad fuera de lo común y lo suyo era un auténtico derroche de facultades llegando a ser el futbolista que más peso perdía en los encuentros oficiales.
Luego, aquella presencia suya. En el campo, en ocasiones te daba la impresión de estar jugando solo en la cancha, iba con mucha contundencia y fuerza al balón y no se arrugaba nunca ante nadie. Se crecía ante la adversidad sobre todo cuando jugábamos como visitante.
Nunca he vivido el fútbol tan intensamente como con Juanito Guedes. Nos pasábamos todo el encuentro dándonos ánimo, pero también peleándonos y discutiendo. Se daba la circunstancia que ambos teníamos mucho carácter y los dos queríamos estar en todas partes, y a veces en el fútbol tienes que respetar la parcela del compañero. Al igual que yo, Juanito Guedes no paraba de hablar en todo el partido, era un auténtico valladar, tanto estaba por la izquierda – su lugar natural- como quería ocupar la parte derecha de la circunferencia central del campo. Subía a posiciones atacantes y disparaba con su potente zurda o acudía a rematar de cabeza como bajaba a defender convirtiéndose en nuestro mejor central.
Además organizaba todo el juego con sus pases y triangulaciones haciendo jugar al resto de sus compañeros aconsejándoles cómo debían situarse en el terreno de juego. En ocasiones daba la impresión que el campo se le hacia pequeño. Discutíamos mucho porque con aquellas piernas tan largas entraba en mi demarcación y cuando me disponía a despejar me gritaba: “¡déjamela!”
Entonces yo le hacía lo mismo y le quitaba un balón que se suponía iba a controlar él. Se enfurecía mucho y me gritaba: “¡déjame el balón y veta a tu demarcación!”, al rato yo le respondía de igual forma reprochándole: “¿quieres llevarte el balón para tu casa?” Pero, de igual forma nos dábamos continuamente ánimo y cuando el árbitro tocaba el pitido final éramos los primero en darnos un fuerte abrazo.
Nos afectaban mucho las derrotas. Cuando perdíamos tanto Juan como yo nos marchábamos para nuestras casas si no teníamos que concentrarnos. Eran sus primeros años y yo solía subirlo a su casa en las Rehoyas Altas, luego yo continuaba en dirección a Tafira Baja.
No comprendo a algunos jugadores que en la actualidad tras perder un partido o incluso después de descender a Segunda División se marchan de risas y fiestas.
¡En mi época esa actitud seria inadmisible!
Cuando ganábamos salíamos tras el partido a cualquier parte a celebrarlo con nuestras respectivas novias. Solía acompañarnos Pedro, que sería portero con la Selección Juvenil que se había proclamado campeona de España, y Pimpina. Pedro y Juan se conocían desde los diez años cuando ambos jugaban en los estanques de barro de Pedro infinito y eran excelentes amigos.
En la temporada 1961-62, ya con Paco Campos, debutaría Tonono en La Condomina de Murcia haciendo pareja en la media con Juanito Guedes. Ambos se conocían de la Selección Juvenil y de enfrentarse, desde muy jóvenes, en el campo del Lomo de Juanito Amador en Tamaraceite. Muy pronto entre los dos surgió una gran amistad y Tonono se unió a nuestro grupo con su novia Mary, una excelente chica que era profesora de magisterio.
Partido ante el Córdoba, doloroso recuerdo
Santiago Espino rememora aquel encuentro como el peor momento de toda su trayectoria futbolística.
“Aquel encuentro destrozaría toda mi carrera en el fútbol y me apartaría de la U.D. Las Palmas en plena juventud. Fueron momentos de gran sufrimiento que aún recuerdo con profunda tristeza y también con indignación ya que muchas personas que me alababan me dieron la espalda y ni siquiera llamaron para interesarse por mi salud. Fue en un partido ante el Córdoba en la temporada 1961-62. Era un encuentro muy importante para los dos equipos ya que de ganar nos situábamos como líderes de la clasificación y con la moral suficiente para afrontar los partidos restantes.
Se dio la circunstancia que Juanito Guedes marcaría su primer gol con el equipo. Me había dicho que si marcaba se lo dedicaba a Georgina, a su familia y al grupo de amigos con el que solíamos salir juntos, y estaba como loco corriendo por todo el campo. La alegría fue inmensa pero nos duraría muy poco. Al saltar por un balón con un jugador del Córdoba sentí un fuerte golpe en la cabeza, perdiendo por momentos el conocimiento saliendo del campo en camilla, una vez en el vestuario me colocaron un fuerte vendaje. Yo había pedido seguir jugando a pesar de fuerte dolor y los mareos.
El partido lo íbamos ganando pero el colegiado de la contienda que había permitido a los jugadores del Córdoba toda clase de brusquedades pitando todas las faltas a su favor, nos perjudicó con su imposta decisión. En un balón que no había pasado de la raya de la portería de guardameta Ulacia, el colegiado se queda dudando para finalizar pitando incomprensiblemente gol que favorecía a los intereses del Córdoba, que al igualar se ponían por delante en la clasificación.
En el Estadio Insular se formaría aquel día un verdadero altercado de orden público con numerosos incidentes fuera del estadio viéndose obligados a actuar las fuerzas de orden público.
Al día siguiente, al sentir algunos mareos, el médico del club Díaz de Aguilar me remitió a los médicos de la clínica Santa Catalina. Me dijeron que permaneciera de baja hasta nueva orden ya que tenían que consultar mi caso.
Con el transcurso de los días me fui recuperando y decidí con Juanito Guedes – quien no había dejado de llamarme ni un solo día- visitar a Jesús García Panasco. Aún recuerdo su semblante de rigurosa seriedad, y con las gafas en la punta de la nariz, síntoma de que algo no iba acorde con sus deseos. Mirándome por encima de las gafas me dijo en tono de preocupación: “lo sentimos mucho Espino, pero en el club no podemos hacer nada con respecto a su caso. Su diagnóstico ha venido desfavorable y no podemos permitirle entrenar hasta que los informe médicos no nos den permiso para ello. Se trata de un caso muy delicado y todo depende de los médicos. La rumorología comenzó muy pronto y se extendería por toda la isla. La prensa se encargó de insinuar que era una enfermedad muy grave hasta que salió a relucir lo del tumor incurable que me apartaba del fútbol. En aquellos momentos de terrible angustia llegas verdaderamente a conocer quiénes son tus verdaderos amigos.
Muchos de mis propios compañeros optaron por el silencio ya que nadie quería levantar sospechas en el club. No todos hicieron lo mismo, de muchos no recibí ni una llamada interesándose por mi situación. Abandonado por todos fueron momentos muy amargos para mí y nunca podré olvidar cómo Juanito Guedes y Gregorio ‘el guardia’, cuando sus obligaciones se lo permitían, no dejaban un solo día de visitarme.
Juanito Guedes no disponía de coche en aquellos primeros años y tenía que ir a la estación de Bravo Murillo para coger el coche de hora que lo llevaba a Tafira Baja. Luego, por la noche solía bajarlo Gregorio el guardia con algunos amigos de Tafira. En ocasiones esperaba pacientemente en la parada de Tafira la llegada del coche de ‘hora’, que lo llevara de vuelta a la capital. El ánimo que Juanito Guedes me daba no se puede explicar con palabras. Nos íbamos al estanque de La Palmita con el balón junto a Gregorio el guardia, y recuerdo que allí me decía: «¡pero si estás mejor que nunca!».
Santiago Espino no puede reprimir la emoción y le pedimos hacer una pausa.
Sin embargo, como si no escuchara nuestras palabras, continuó: “Juanito Guedes era un caballero de los pies a la cabeza. Cuando te brindaba su amistad era como un pacto de sangre que perduró hasta el fin de nuestros días».
Finalmente, en vista de que los meses pasaban y yo me encontraba cada vez mejor entrenando con Gregorio y con el equipo regional del Quilmes en el estanque de La Palmita, un médico general que vivía en la zona le diría a Gregorio: “no lo entiendo, ¿por qué el chico no visita a un verdadero especialista?. Los médicos del club no son neurocirujanos y él necesita un especialista de prestigio.
Finalmente después de preguntar a varios médicos todos se inclinaron por el neurocirujano doctor Valentín de Armas, quien había trabajado años en la Clínica Platón de Barcelona y había sido el primer médico en traer el electroencefalograma a Gran Canaria.
Cuando llegué a su despacho con Juanito Guedes y Gregorio, a quienes conocía, me impactó aquella escalera que daba a los distintos despachos.
Tras despedirme de Juanito Guedes y Gregorio recuerdo que me tuvo toda la mañana realizándome diferentes pruebas y un electroencefalograma.
El doctor Valentín de Armas era un hombre muy recto, serio y de carácter fuerte. No quería que yo le hablara hasta finalizar las pruebas. Cuando finalizó y se encendieron de nuevo las luces, con cara de pocos amigos mirándome fijamente me pregunta.: «¿y quién fue el que le dijo a usted que tenía un tumor?. ¿Cómo se puede diagnosticar a un enfermo de esta forma tan poco profesional?”.
«Espere abajo por los informes. Le puedo confirmar que usted no tiene absolutamente nada. Ya puede ponerse a recobrar el tiempo perdido, que un año en fútbol sin jugar es demasiado tiempo”.
“Gregorio ‘el guardia’, que había regresado al despacho, saltaba de contento al enterarse de la noticia. Fueron momentos muy emotivos. Al despedirnos, el doctor Valentín de Armas me dijo que fuéramos a Madrid y arregláramos los problemas burocráticos que él se encargaría de hablar con la U.D. Las Palmas, y me aseguraba que en el transcurso de muy breve tiempo estaría entrenando. ¡Qué personalidad la suya! Solo al mirarte intimidaba. Todo lo que me dijo se cumplió al pie de la letra. Era un hombre con mucho carácter, pero muy humano.
Naturalmente, el primer amigo en enterarse fue Juanito Guedes. Su alegría fue inmensa abrazando a toda mi familia. Luego me dijo: “hoy nos olvidamos del fútbol, esta noticia tenemos que celebrarla como Dios manda. Confieso que aquel día nos pasamos de la raya. Pepe Montesdeoca trajo su guitarra y timple.
Partimos desde mi casa al Hotel Los Frailes y luego a la bodega de los Lagares, donde nos tomaríamos unos buenos vinos del monte hasta llegar a la Atalaya de Santa Brígida. En el bar de Juancito, mientras Pepe Montesdeoca trataba de afinar su guitarra, Juanito Guedes rasqueaba el timple. ¡Aquello había que verlo para creerlo!
Un día me llevó a verla al Teatro Pérez Galdós, las colas de público eran enormes, quedándose gente en la calle al no conseguir entradas. Mary Sánchez y Pinito del Oro en unión de Alfredo Kraus, a nivel lírico, eran estrellas de fama mundial en aquellos años.
Tras terminar en Santa Brígida cogimos la ruta del sur que Juan conocía a la perfección pasando por Jinámar, Telde, Carrizal y otras poblaciones.
Aquel día había que festejarlo, pero en mi época nos tomábamos alguna copa o aperitivo. No éramos bebedores sino auténticos profesionales del fútbol. Este deporte era nuestra pasión y vivíamos consagrados a él.
Cuando fui a la sede de la U.D. Las Palmas recordé las palabras de Valentín de Armas, y el trato que me dispensaron fue completamente diferente. Sin embargo, tanto tiempo de inactividad dejó muchas secuelas.
No podía olvidar tan fácilmente lo que había sufrido. Por otra parte, habían subido chicos de la Selección Juvenil que venían jugando bien y me tocaba esperar. Todo en su conjunto me hizo tomar la decisión de cambiar de aires. El entrenador Casimiro Benavente me llamó diciéndome que el Ceuta estaba interesado en mis servicios. La oferta económica era buena y yo necesitaba olvidarme y cambiar de aires.
Por otra parte, el carácter del técnico Rosendo Hernández y la poca confianza que me daba hicieron que no cambiara de actitud.
Sé que posiblemente me equivoqué ya que el dejar el club fue muy duro para mí. Dejaba atrás a mi familia y amigos. Yo había jugado en Primera División y fui máximo goleador del equipo. Tenía ofertas de clubes de élite que requerían mis servicios, pero desde aquel encuentro con el Córdoba ya nada fue igual para mí.
Lo único que puedo decir de Juanito Guedes es que no solo fue el mejor jugador de la U.D. Las Palmas, sino también mi mejor amigo.
A veces le pregunto a Dios la razón de llevarse a una persona tan noble en plena juventud, con familia, y cuanto más le sonreía la vida, pero nunca he encontrado la respuesta.
Juanito Guedes, cuando muchos decían que yo tenía un tumor y yo vivía mis mas dolorosos momentos me infundió esperanzas diciéndome que no tenía nada y que me encontraba mejor que nunca.
Yo quise pagarle con la misma moneda y cuando fue operado por primera vez en Barcelona vino a mi casa y me dijo con semblante triste: “la gente dice que tengo una enfermedad y que dentro de poco no volveré a jugar al fútbol”. Yo poniendo mi mano sobre su hombro le dije: «lo mismo decían de mí, o ya no te acuerdas. No tienes absolutamente nada. Te veo físicamente mejor que nunca, entonces Juanito Guedes cambió su semblante y comenzó a sonreír diciéndome”: «siempre has sido un buen amigo, y eres sincero. Sé que no te equivocas. Eres creyente como yo y sé que Dios me va a ayudar y me recuperaré pronto”.
Quedamos en vernos. Me hubiese gustado darle la alegría que él me dio a mi pero no pudo ser. La vida sigue su curso, pero las secuencias van quedando dentro. Sé que nunca podré olvidar a Juanito Guedes.
Trato de no hablar sobre el tema y nunca he querido hablar para ningún medio de comunicación sobre su figura.
Sé positivamente que algún día volveremos a vernos y ese día a tenor de la fugacidad de la vida no tardará mucho en llegar.
Juanito Guedes era muy bromista y se reía mucho con mi forma de ser, las cosas que me pasaban y mi manera de contarlas.
Una anécdota con Casimiro Benavente le hacía mucha gracia y cada momento que estaba con algún amigo o familiar me decía: Santiago, ¿cómo fue aquello que te dijo Benavente? Yo sabía perfectamente que quería reírse y lo decía de broma, y no me importaba contarla una y otra vez con tal de verlo feliz.
JUGADORES HAY MUCHOS, PERO HOMBRES HAY POCOS
“Sucedió a la llegada de la U.D. La Palmas al Estadio de Vallecas. El jugador Santiago Espino, lesionado en el partido anterior ante el C.D. Málaga en el Estadio de la Rosaleda tenía el tobillo muy inflamado y cojeaba ostensiblemente dando muestras de dolor. Reunidos todos los jugadores en el vestuario, el entrenador Casimiro Benavente, dirigiéndose al jugador de Tafira le dijo: ¡prepárese inmediatamente Espino, usted va a Jugar! El pundonoroso comodín amarillo, muy extrañado con la orden, le contestó aireadamente: ¡pero mister, ¿cómo quiere usted que juegue este encuentro con el tobillo en estas condiciones?. ¿Es que acaso me va usted a alinear estando lesionado, teniendo a muchos jugadores disponible?
El técnico Casimiro Benavente, mirándole de frente en presencia de toda la plantilla, y tras una breve pausa, le respondió en alta voz: ¡sí, es verdad Espino, usted lo ha dicho!, ¡jugadores hay muchos, pero hombres hay muy pocos!
En la imagen, Santiago Espino, que terminaría jugando infiltrado, disputa un balón por alto con el guardameta local, mostrando su verdadero ímpetu y ardor combativo.
JUANITO, 2HOY VENIMOS A CORTAR PAPAS»
En un viaje a la península jugábamos en Villarrobledo. El campo era muy pequeño y la gente muy apasionada gritándonos cotiaunemente moros africanos…Juanito Gudes llevaba poco tiempo en el equipo y aún acababa de salir de juveniles. En el vestuario antes de salir al terreno de juego me fui a la salida para ver el ambiente en las gradas era terrorífico tratando de intimidarnos con un ruido ensirdecedor . Todo ello crea temos en ciertos jugadores pero yo siempre he estimado que el futbolista profesional tiene que ser mñas valiente y más guerrero fuera de su ambuiente de su casa que en su priooo feudo. Regresé a vestiarios y le dije a Uanito Guedes cómo te encuentras, quiero que me acompañes al túnel de vestuarios y veas el ambiente que hay en las gradas. Una vez Juan vio todo aquel ruidoso espectáculo me miró con cara sorprendida. Yo poniéndole la mano en el hombro lo miré fijamente y le dije, Juan, hoy no vamos a jugas¡r al futbol. Hoy vamos a cortar papas. Creía por su expresión que no me había entendido, cuando posamos para los fotografos en el centro del campo la pitada era indescroptible. Al comenzar el juego los jugadores del villarrobledo trataron de intimidarnos arropados por su público pero en un balón que vino por el lado izquierdo el extremo dribló a nuestro defensi y siguió hacia nuestra portería cuando Junio Guedes al verlo le hizo una entrada terrorífica dejándolo en el cesped dando muestras de gran dolor, se formó una tangana en el campo donde Juanito Guedes repartía a diestro y sinietro. Fue allí donde pude dame cuenta que aparte de un jugador era un verdadero hombre. Al terminar el encuentro a nustro favor Juanito Gedes vino hacía mí con gesto de laegría y abrazándome me dice: te gustó? creo que hoy hemos cortado muchas papas.
Y ahora, ¿quién se va para Tafira?
En un partido en la temporada 1960-61 ante el San Fernando en el Estadio Insular, la afición estaba muy contrariada por el descenso de nuestro equipo a Segundo División, la contratación de jugadores foráneos y las irregulares actuaciones del equipo mostraban de una forma algo impetuosa y beligerante su descontento increpando a los jugadores.
Aquella tarde Erasto, había inaugurado el marcador, pero inesperadamente el San Fernando comenzó a dominar el encuentro fallando Espino varios goles en la portería de la grada curva. El público de la grada sur muy ofuscado le gritaba. ¡Espino, vete para Tafira!
Cada vez que cogía el balón se repetía la misma frase: ¡Vete para Tafira!
En un centro, Espino, que quedaría máximo goleador de la U.D. Las Palmas aquella temporada, se va al segundo palo y coloca el balón en le red con gran maestría fuera del alcance del guardameta andaluz Puche. Espino se apresura en recoger el balón de la red y corre hacia la grada sur con el balón sorteando a sus compañeros que acudían a felicitarlo. Una vez llega a la grada tira el balón a lo alto del centro del campo y en la misma raya del borde del área de la grada del marcador, dirigiéndose airadamente al respetable les grita en alta voz: «y ahora, ¿quién es el que se va para Tarifa?». Gritó Espino.
El público, lejos de enfadarse, le hizo gracia aquel gesto de Espino y comenzaron a reírse y a seguir con la broma cada vez que el jugador contactaba con el balón.
TITULAR ROSENDO
Nadie pone en duda la valía que tuvo Rosendo Hernández como futbolista siendo incluso seleccionado para el mundial de Rio de Janeiro, tampoco cuestiono sus conocimientos como técnico o preparador físico pero todo ello no le valía de mucho ya que no sabia tratar al futbolista.
Un factor muy importante en fútbol es saber extraer rendimiento al jugador en todos los sentidos y saber cómo alimentar su autoestima.
Rosendo Hernández era todo lo contrario.
Si bien es verdad que apostaba por los jóvenes y no miraba la edad a la hora de darles una oportunidad, luego, no sabia cómo hacerles evolucionar en su juego incrementando su confianza y autoestima.
Una cosa es hacerte respetar y corregir los posibles errores en el juego y otra humillar con frases fuera de lugar al futbolista.
Este proceder no da resultado. El entrenador tiene que buscar un equilibrio y no abusar de su cargo. Todo ello no sirve sino para bajar la confianza y poner nervioso al jugador que una vez perdida no da una a derechas.
Todos pudimos comprobar su trato con Gilberto I y otros chicos jóvenes a los que hacia incluso llorar.
Después de llevar casi un año sin jugar y con todo lo que había sufrido cuando comencé a entrenar nuevamente necesitaba apoyo y paciencia dado que la falta de rodaje tras una larga inactividad se nota de forma ostensible.
En mi último encuentro antes de la lesión con el Córdoba, el entrenador era Paco Campos que era todo un caballero. A la temporada siguiente viene Rosendo Hernández y yo todavía estaba inactivo por un error de los médicos del club. Cuando tras una larga ausencia regreso a los entrenamientos no tuve ni una palabra de afecto o interés por parte del técnico.
Con el transcurso del tiempo me di perfecta cuenta que me había equivocado al marcharme. Estar fuera de tu familia y ambiente en aquellos años no era nada sencillo.
Yo era un profesional del fútbol pero defender los colores de la U.D. Las Palmas significó algo diferente para mi.
Era un orgullo que no tenia precio. Sin embargo, desde la humildad puedo decir que fui siempre un jugador titular y era muy respetado por todos los técnicos rectores del club y aficionados que sabían de mi honradez profesional.
Yo no había conocido la suplencia ni lo supe nunca hasta el día de mi retirada. No concibo el fútbol si no participo jugando.
Recuerdo que Juanito Guedes me decía que me olvidara del técnico y no hiciera caso pero yo creía me había ganado a pulso el respeto en todos los estamentos del club y no podía soportar aquel trato.
Rosendo Hernández se marcharía aquella misma temporada y yo me precipité al pedir la baja del club.
Mi amistad con Juanito Guedes seguiría siendo la misma pero ambos tomamos rumbos diferentes.
Yo me pasaba todo el año en la península y sólo podía venir en el mes de vacaciones una vez finalizada la temporada. Antes de marcharme ya Tonono se había incorporado al grupo y su amistad perduraría hasta el fin de sus días. Es difícil encontrar dos jugadores de su talla futbolística y humana. En la actualidad resultaría imposible que la U.D. Las Palmas tengo dos futbolistas de su nivel. Los clubes más poderosos se los llevarían antes de fichar en el equipo amarillo. El fútbol ha cambiado sustancialmente en todos los sentidos y se han perdido las señas de identidad. De seguir con tantas modificaciones vamos a creer que estamos hablando de otro deporte.
Sobre lo mentado hay varios incidentes con Rosendo Hernández que ya no tienen importancia debido al tiempo transcurrido pero que aún perduran en mi memoria:
¡Tranquilo León, tranquilo!
Transcurría la temporada 1962-63 con el entrenador Rosendo Hernández, que era muy partidario de dar oportunidades a los valores de la cantera. Desde el primer partido de liga hace debutar a Rafael, Germán y a León, procedentes de la Selección Juvenil Campeona de España.
Se daba la coincidencia que Espino y Rafael eran naturales de Tarifa Baja mientras que León lo era de Tafira Alta, cerca de la cruz del inglés. Dado que León tenía solo 19 años, Espino que reaparecía tras su larga inactividad se consideró en el deber de ayudar y apoyar al joven canterano. Le animó de forma constante y quitándole presión. Cada vez que el joven extremo participaba en alguna jugada Espino le gritaba:
¡Tranquilo León, tranquilo!
Espino seguía repitiendo la misma frase en la creencia de que sus palabras ayudarían al chico. En un balón que venía por alto León trató de disputarlo con el defensa pero Espino la grita: ¡tranquilo León!, ¡tranquilo!. El balón siguió hacia la demarcación de Espino pero un contrario actuando con rapidez interceptó la trayectoria del esférico.
Rosendo Hernández, realmente encolerizado se levanta del banquillo y dirigiéndose a Espino en alta voz le espeta: ¿cómo que tranquillo, tranquilo? ¡Quién tiene que estar tranquilo es usted!
CON EL CORAZÓN NO SE JUEGA, SE JUEGA CON LA CABEZA
El entrenador Rosendo Hernández, muy temperamental y con un lenguaje incendiario reprendía en alta voz a la mayoría de lo jugadores. Sin embargo, por extrañas razones que no comprendemos, no era lo mismo con Juanito Guedes, a quien alentaba en todas sus acciones. En una ocasión Espino pasa un balón desde el centro del campo al extremo Gilberto I, quien no llega a comprender su intención y el esférico sale fuera de banda. Entonces Rosendo Hernández le grita a Espino: «con el corazón no se juega, se juega con la cabeza.». Esta frase era muy socorrida con el técnico palmero.
Santiago Espino, que estaba cansado de tantos improperios se dirige al banquillo canario y poniéndose a solo un metro de Rosendo Hernández, lo mira fijamente, dándose una situación muy incómoda para ambos. Juanito Guedes se reía mucho con estas expresiones y cuando ambos se peleaban en la circunferencia central por apropiarse del balón le gritaba a Espino, con el corazón no se juega, se juega con la cabeza, a lo que espino le respondía: cállate, tú solo podrás hablar cuando hayas jugado como yo ante el Real Madrid de Alfredo di Estéfano en el Santiago Bernabéu. Eran sus dialogo constantes.
Como ya hemos relatado con anterioridad Santiago Espino ficharía en el Atlético de Ceuta, y los dos amigos tomaron rumbos diferentes, la primera vez que ambos se enfrentaron saliendo vencedor el cuadro ceutí, se fotografiaron para la posteridad. Santiago Espino sería siempre un destacado jugador en todo su periplo peninsular dadas sus grandes condiciones rematadoras y su facilidad realizadora.